viernes, 27 de mayo de 2011

He vuelto a quererte, lugar

Se me ha desprendido 
sin que lo quiera yo
una gota


que cayó en el alma
que no se seca, 
que no juega, 
ni se evapora.


No es la noche
que se ha puesto fresca,
ni fueron las tardes 
que no alcanzaron.


No es que no quiera decirlo,
no es que necesite callarlo,
tengo el boleto acurrucado y húmedo en la mano


  y una lágrima 
         muda


   que no se seca, que no juega. Ni se evapora.


                                 A.V    27/05/11


Creo que hoy he vuelto a quererte, lugar. Gracias. 

martes, 24 de mayo de 2011

Invitación


Uno tiene, primero, suerte. Después, conoce a Adriana. Más tarde, ella va, viene, llama, vuelve a ir, se enoja, se ríe, se lamenta, se alegra, se emociona. Al final, habemus Colección. Y uno se alegra, se emociona y agradece. Acompaña. Abraza.

Aunque la foto no muestre con total realismo lo que una presentación puede llegar a ser, pues los dos de la derecha nos consumiremos esta tarde/noche en nerviosismo, algo así somos los tres que estaremos ahí adelante:




Ahora sí, hablando en serio...un poco:


Gracias a Adriana Petrigliano, a la Dirección de Letras y Bibliotecas Populares, a la Secretaría de Cultura y Turismo Municipal y la Biblioteca Mariano Moreno y su gente. A ustedes lectores, quienes varios sé que irán. A la hermosa y homónima (y no es redundante) Linda Fragapani que permitió que mis textos acompañasen los suyos y  esta noche me siente a su lado e intente cortejarla (sutil, sutil). 


Están todos invitados!!!
Como dicen las tarjetas de los cumpleaños: No faltes.



                         A.V  24/05/11


P.D: Recuerden, riojanos, que luego se irán presentando otros números de la Colección, así que invito informalmente desde ya, a acompañar a los autores que se presenten pues son todos buena gente y escritores en igual medida.



domingo, 15 de mayo de 2011

A Daniel Moyano

   
   Hago memoria y se construye un salón, el del Profesorado de Arte, en La Rioja, ahí donde está el piano que alguna vez fue el que ahora está en otro lado. Pero esa noche, aquel gran instrumento no importa, está oscuro y se confunde. Hay sillas negras, ubicadas en forma de L o semicírculo y quizás haya también una tela para proyectar imágenes. Está sentada una mujer a la que todos saludan. A su lado habrá un hombre joven, con una guitarra, que tocará con los ojos cerrados.
  Más tarde se escuchará con la voz de aquella mujer la historia  de un crimen en Chamical, ejecutado en pleno concierto de cuerdas. Y todos reirán. Yo también. Supongo que estoy sentado, balanceándome, porque calculo fue hace mucho, y aún no tocaba el suelo con los pies. Habrán imágenes en blanco y negro, y más saludos, pero es tarde y tengo sueño, al día siguiente habrá escuela.
  Pasará el tiempo y escucharé tu nombre, en labios de mi mamá y del abuelo. Lo escucharé mientras ellos sonríen y recuerdan. Claro, habrá melancolía cuando toquen ciertos temas, cuando describan tu mirada al volver. Y creceré con eso, con alguna anécdota sobre vos.
  Seguiré creciendo y el piano del Profesorado migrará cruzando el patio, como vos el charco, pero sin tristezas. Alcanzaré el suelo y la mujer no volverá otra vez o no lo sabré. Querré leerte, Daniel, pero no lo haré. No lo haré hasta en estas vacaciones 2011 al robarle a mi mamá "Un silencio de Corchea" y devorar en mitades tus cuentos, leer y repasar tu biografía, buscarte y encontrarte en la Feria del Libro.  
  Escucharé que leías a Kafka en alemán y que decías que había que aprender idiomas para poder leer a los autores en su lengua. Y me dirán que eras gracioso, que escribías cuentos en las conferencias, al lado del abuelo, y después preguntabas qué pasó.  Que mezclabas personajes, historias y armabas una nueva. Y me río ahora, como lo hacían con vos tus amigos.
  Y te escucho, por esas cosas que tienen Internet y los archivos. Una letra de tango, y vos sentado en el inodoro y escribiendo en tu máquina de escribir, en un video que hay en youtube. 
 Cómo hablan de vos, che. En cordobés y en español de allá lejos, en francés. Y qué orgullo. Qué intriga, qué ganas de sentarme a charlar con vos y abrazarte, amigo. Sí, porque aunque no lo sepas nunca, allá, en esa noche de lectura, y en cada mención de tu nombre, me fui haciendo tu amigo, sin tu permiso pero con tu simpatía, y seguiremos siéndolo, seguro, con los años y los tiempos, aunque no lo sepas nunca.


                                                 A.V     15/05/11

viernes, 13 de mayo de 2011

Recuerdo catamarqueño

  El patio de la casa de Catamarca estuvo detrás de una abuela en la cocina, que hacía sopa o pollo al horno (con pimentón, azafrán o algo así que jamás volví a probar).
  En aquel espacio, calculo que de media cuadra de largo, vivió por unos meses un dálmata cachorro e inquieto, que durmió con dos gatos en la misma caja y se olvidó al crecer de ellos para darle paso al natural odio a lo felino. Por ahí corrió, hasta el fondo, donde crecía ese fruto pequeño, amarillo, del que la abuela también hacía dulce casero. 
   Allí,  desde esas semillas que iban en la comida de los gatos, pues el patio fue también comedor gatuno, creció y se extendió bastante una planta de zapallos coreanos.
   Hallé caracoles y latas viejas, pero nunca encontré, y hasta busqué en una pila inmensa de ladrillos, los restos de las mascotas de mi viejo. En mi niñez, y ahora lo recuerdo -fue casi siempre un secreto-, la siesta se dividió entre los libros de la primera pieza y el deseo arqueológico de descubrir alguna pizca de la niñez de otro.
   Cada fin de semana escalaba aquella "torre" de ladrillos desde donde podía ver los patios ajenos. Conté antenas parabólicas en el edificio del fondo; fui capitán y teniente, luego general; calculé la vastedad del territorio. Y hasta creo haber extraído y vuelto a colocar algunos ladrillos para encontrar botellas o papeles, cosas que yo hubiera dejado, si en mi casa hubieran habido tantos de esos.
   También en el patio estaba la pieza del lavarropas, y sé, estoy seguro de que había otras cosas, pero ser un niño obediente, karma digno de psicoanálisis, me impidió investigar. 
   Había chapas en un rincón, había espacio, había árboles. Había tapias mínimas y nadie que robara nada. No fue hace tanto. 
   Estaba olvidado. Los grandes ni pisaban el patio. Solamente mi abuela abría la puerta, y caminaba a dejar los restos de comida, que eran muchos (¡cómo cocinaba esa mujer!), para los gatos invitados. Para los demás, el tiempo se repartía entre la cocina, el otro patio o la mecedora en la oración. Será que ese fue nuestro espacio más compartido, entre ella y yo, como potes de yogurt en la heladera, como el huevo duro al llegar, o la sopa cuando más chico.
   Pero hoy no hay más abuela, ni pollo asado. Hubo Newton, en el patio de mi casa, pero ya tampoco está. No sé si quedarán gatos, caracoles, o siquiera existirá la torre de ladrillos. No sé si se habrán ido los vecinos. Hoy ese patio está detrás de una mesa inmunda, descreída y rencorosa. Es sólo un papel en un folio, que espera unos sellos y unas firmas. El patio viaja en cajas y quizás se pierda. Y pensar que se veía tan grande desde arriba.


                                                          A.V           13/05/11

Ahora es más fácil comentar