Sí, lo veo, ahí, abajo de ese banco. Muy cerca de los caños para hacer gimnasia. Pero yo llegué después; cuando me senté acá, no había nadie. También es rara la hora. Salvo algunos enfermos mentales, no toda la ciudad sale a correr por el centro a las cinco y media de la mañana, un miércoles.
Claro que podría fijarme de quién es. Agarrarlo con cuidado, prenderlo, fijarme en la lista de contactos, si hay algún "mamá" o "amor" para llamar y avisar. Mejor un "mamá" porque mirá si encima de perder el teléfono se le arma algún quilombo.
Además, menos mal que soy yo. Porque acá y por estos días, cualquier otro podría haberlo encontrado, buscar los mismos contactos y fingir un secuestro, mucho más si se lo dejó hace poco. Indagás un rato, mirás las fotos y videos que tiene adentro y alguna idea te hacés. Eso voy a hacer, quizás conozca al dueño, quién te dice...pueblo chico.
Desde acá se lo ve grande, no sé si táctil, pero por lo menos un Blackberry debe ser. Tiene cámara también, me parece, chiquita. Sólo se ve la parte de atrás del aparato, negro, y algo que le brilla pero todavía está oscuro y mucho más a la sombra del banco de plaza.
Podría ser de algún famoso. Ahora, ¿quién podría venir a esta ciudad un miércoles a la madrugada? Bah, digo, ¿qué famoso super estrella con videos subidos de tono y altamente vendibles a la televisión podría venir? Ninguno, creo. Igual habría que ver, quizás es músico y tiene algunos demos grabados ahí. Podría tener yo, gracias a mi suerte de corredor nocturno, la exclusiva chance de escuchar, antes que el resto del público, los futuros nuevos éxitos de alguien muy creativo, un Santaolalla, que ahora es tan conocido.
La otra, es que sea de un escritor. Con archivos en Word de su nueva novela. El futuro premio Clarín, en mis manos por un rato. Estaría bueno, hace bastante que no leo nada, con esto del laburo nuevo, siempre ocupado, siempre en casa. La puta, debería haber comido esa banana anoche.
Sino también, un periodista político. Los periodistas siempre usan...¿cómo les llaman ellos? BB. Ja. Recién recibidos y sin un peso que se hacen los cool. O empleaditos eternos que se hacen los Pro y tienen blackberry. Yo siempre fui empleadito, y lo seguiré siendo, pero no tengo BB. Hasta ahora. Podría ir hasta ahí, recogerlo. Y ver.
También podría no tocarlo, quizás eso sería lo mejor. No fijarme nada y esperar a que suene. En algún momento alguien va a llamar y ahí le digo, mirá, encontré este teléfono en la plaza, debajo de un banquito, yo no tengo problema en devolvérselo al dueño, decimos un lugar, nos juntamos y listo, no hay drama. O viene por casa. No. Error. Nunca hacer ir a alguien a tu casa. En este aquí y ahora, jamás. Es casi un suicidio. Ya me veo por la tele, todo descuajaringado, diciendo que yo sólo quería devolver un celular. O en el diario. Otro caso de inseguridad.
Pero... yo siempre quise cambiar este teléfono que tengo. Si no llaman en veinticuatro horas es porque no les interesa el aparato. Seguro tiene muchísima plata el dueño. Tanta, que no le importa perder un teléfono. Uno más, uno menos, debe pensar. Y a mí no me sobra la plata para cambiar el mío. Yo sí llamaría si lo perdiera, aunque sea viejo y con teclas, como los de antes. Porque uno se termina encariñando con todo lo que lleva en el bolsillo. Por eso me compré este jogguin con cierre, para que no se me cayera nada, así no tuviera que andar buscando y pidiendo que me devuelvan las cosas. No, a esa gente rica no le importa nada. No transpiran laburando, no tienen culpa cuando gastan, tienen esas tarjetas ilimitadísimas y no tienen nudos en el estómago a fin de mes. Y encima, se dan el lujo de andar perdiendo celulares.
¡Qué cosa esta gente que desperdicia el dinero! Adióooos Don Alberto, ¡¿cómo lo trata la vida, bien?! ¿Va a comprar el diario? Cada vez peor estamos, Don Alberto, con esta inseguridad ¿vio? Se han perdido los códigos, antes entre los villeros había códigos, ahora no se respeta nada, roban por robar, matan por matar, fijesé lo que dice Grondona ahí en su columna. Esto no tiene vuelta atrás. Adiós Don Alberto, saludos a su familia.
Este Don Alberto, hija bonita tenía. Éramos chicos y yo no sabía qué otra cosa hacer que mirarla cuando iba a comprar al almacén de frente a casa. Pero eran otros tiempos. Igual, abogado tenía que ser el marido. Ése. Otro que puede darse la buena vida y podría andar perdiendo teléfonos.
En fin, ya sería hora de ir volviendo. Upa. Entrada de colegio. Cada vez más turritas, las pibas. Si sigo mirando así para la esquina me voy a sacar el cuello. Ay ay ay, cómo duele este cuerpo cansado, che. A ver, me voy a acomodar mejor. Como abuelito mirando el cielo. Y esas polleritas, tan cortas. ¡Qué piernas, querida! Antes, en mis tiempos -y tampoco fue hace tanto che, las escuelas ya eran mixtas acá en la ciudad-, las chicas usaban las polleras hasta las rodillas, camisa por dentro. Ahora todo es un descontrol, se perdieron los valores de la familia, las pibas cada vez más desinhibidas, a esta hora de la mañana, con estos corazones débiles mirándolas, por Dios.
¡Eh! ¡Qué hacés? No, no. ¡Perro! Dejá eso ahí, vení. ¡No, no, no te vayas, vení, perro de mierda! La concha de su madre y la banana que no comí anoche. Ay, Dios, la cintura. Ay. A todos los perros de la calle hay que mandarlos a que se los coman los leones. Ay, perdí un celular. Ay, la cintura.
La puta. Podría haber sido de un doctor.
A.V 17/04/11
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