Sostenés mis llaves preguntándome por qué no pasé a buscarlas. Dudo, pero con confianza ebria te contesto que porque no quise. Omito que fue porque no quise verte ni oírte, ni tocarte para que fuera la última vez. Me contás que todos los días pasás por mi casa para ir a lo de tu abuela pero que no se te había ocurrido dejármelas. Después decís que tampoco querías verme. Tampoco.
Tu amiga, mi amiga, espera afuera. Nos habíamos encontrado en una especie de clase de colegio que nos hartó cuando dieron una actividad. Vos estabas en la primera fila.
Él, tu amigo, mi amigo, se levantó; vos lo viste, guardaste tus cosas y lo seguiste. Después se sumó ella, y los 3 me vieron al último -yo acababa de pensar que no me iba a quedar haciendo estupideces-, me saludaron y quedamos en ir a algún lado.
Ahora estás atándote los cordones demostrando que seguís tan hermosa como siempre. Te incorporás y decís lo de las llaves, me mirás de reojo como cuando yo estoy ebrio y hablo, y vos idiota y escuchás para después hacerte la desentendida; las hacés golpearse y sonar, victoriosa, teniéndolas del llavero. Entonces pienso que sí, seguís igual de pelotuda; que sí, yo sigo descomponiéndome con estas situaciones. Que tu amigo y tu amiga, y mi amigo y mi amiga te esperan y me esperan. Se me retuerce el sistema digestivo entero y tengo rabia.
Y que no habrá nos, ni nosotros, ni nuestro nada.
A.V. feb 12