No se trata del niño que espera a que su padre regrese
(o sí)
Ocurre que el suelo se agrieta y se escuchan arroyos, mares,
y duelen silencios aquí debajo.
Ocurre simplemente que se ha puesto un punto. Se ha escrito
como se escribe en los contratos, en las cartas de amor y en las taquigráficas
denuncias. Se ha escrito un poco más, se han derramado lágrimas sobre teclados,
sobre alfeizares, sobre zaguanes, en las veredas, desde quintos pisos y en el
recorrido de la mirada siguiendo los trayectos de los aviones. Se ha puteado atragantado:
se ha dicho la puta madre, se han entrecortado las sílabas de mierda y se han
preguntado las mismas dos palabras que hace tiempo. Se ha comunicado, se ha
llamado. Se ha llorado y se ha quedado el pecho sin garganta. Se han secado
ojos. Se han mojado abrazos. Se han derrumbado lenguas porque no sabían qué
decir.
Pero también, se han dado vueltas danzantes, ella toma la
mano del Tiempo y los brazos se elevan sobre sus torsos y sus cabezas y ambos giran
mientras el punto sigue escrito y todo lo que sigue, al instante en el que ellos
giran -y el después-, se quema, como quema el fuego en la espada, como se inscribe una leyenda
en un anillo, como calienta el sepia en un recuerdo, como arde el amor entre
los dientes, como se jura y se perjuran las gracias y los no olvidaré.
No se
trata de un niño esperando a su padre, sino de un brusco e incomprensible cambio del destino. Sólo serán conversaciones y sonrisas, aquí desde entonces, aquí debajo.
Álvaro
11/02/13