Se enfrentan los espejos en continuo infinito, minuto por minuto. Y como si se burlara el Creador se dibujan las escenas una tras otra. La siesta, la humedad en el colchón, la fiebre y el roce. Los dedos bailan, como si todo el Teatro tocara para eso. El público se maravilla y los dedos bailan, bailan y rozan mi frente que arde.
Quiero contar un chiste. Quiero azuzar la llama de la gracia, quiero, muero por verte sonreír. Lo intento y repito una canción que me acuerdo cada vez que veo un cartel sobre un auto. Lo logro.
La gloria. Suena tu voz otra vez. Se abren de golpe todos los libros. El vocabulario compartido, las palabras y los gestos que tuvimos llegan al espejo para que los mire, como en un cine, proyectados.
El latido sufre la propia vida. Está vivo, pienso. Cómo me gustaría agarrarte la mano y cruzar. Girar y bailar. Escucharte cantar.
La luz no existe más que a través del vidrio que nos distancia.
Cómo me gustaría sentir tus dedos sobre la frente que arde.
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