ellos piensan, ella ejecuta.
1.
La mujer y su nombre perfecto aparecieron hoy, sobre mi mesa de luz, con una mentira y su firma. No le llevó más que trece renglones cortados de una hoja que arrancó de mi libreta. Trece renglones. Tres líneas escritas. Su firma.
Me desperté con el estómago revuelto, ardiente; el aliento perdido y la cabeza vagando en la otra esquina, en el cruce de la avenida más transitada con la de la entrada de veinte…no, treinta colegios en la otra cuadra. Mis brazos yacían sobre el colchón húmedo y gélido como los bostezos de los choferes de colectivos que salen y entran por esa calle; me dolían como cuando frenan, y se estiran. Y las monedas en los bolsillos que eran tantas, las piernas pesadas tenía, cansadas como después de correr por vidas ajenas, agotadas que tiemblan, como cuando ya no sirven para dar una patada más. Fue ahí cuando me senté en la mesa de la cocina/living/comedor y abrí la cortina.
Y leí el papel. Lo leo ahora. Tiene un perfume que no recuerdo. Había escrito con cuidado, o por lo menos parecía una caligrafía practicada, cada palabra apenas por encima del renglón, como en el aire. Perfecta ortografía. Tinta verde de vaya saber qué lapicera, quizás de la del lado del teléfono. Simple, sintética, suprema, como su nombre.
Podría haberme dejado la nota en cualquier rincón del departamento. Debajo de la puerta. Pero eligió que la encuentre al abrir los ojos. O sea, entró de nuevo a la habitación. Tal vez se sentó en la cama y la escribió allí. O quizás se agachó con sutileza hasta la mesa de luz, a veinte centímetros de mi rostro y quizás me haya besado, enojada. O no. Quizás vino hasta esta mesa, y escribió. Lo pensó en el baño, mientras se miraba al espejo. O lo escribió contra la puerta. No, porque se nota que fue contra una superficie lisa. Contra el vidrio, en el piso, sobre la mesa de luz.
Volví a la ventana y creí que la veía cruzando la calle. Tenía que ser ella. La vi mirar hacia acá. 3° B. El de la derecha. Giraba y miraba otra vez hacia acá. Cruzó y siguió mirando. Pero no creí que pudiera verme. Pero era ella. No estaba bien. Pensé en bajar, no podía. Ella caminó y su figura se perdió entre los marcos de la ventana. Seguramente no se fue lejos, quizás me dejó la nota sólo minutos antes de que me despertara. Podría volver, quizás. Busqué la llave y corrí cojeando a dejar entrabierta la puerta. Iba a volver. Estaba enojada pero quería volver. Quería sentarse y escucharme. Que se lo dijera claro. Y quería interrumpirme, levantar la cabeza, y hablar suavemente escupiendo los peores rencores. Quería descargarse y llorar, que la abrace.
La mujer del nombre perfecto quería que la rodee con fuerza y gritar dejame.
2.
-No sé porqué traés esto ahora. No sé qué querés saber, qué vas a lograr hablando de él. Ya está, ya fue-. Mantengo la voz y el brazo erguido mientras me sirvo más vino en la copa y lo bebo en un trago.
Claro que me importa, en fin. Estamos siendo honestos ¿o no? Cada uno y su historia. Cada uno y sus sábanas.
No soporto sus miradas perdidas. Estoy harto del no pases por ahí cuando vamos en el auto por la avenida. De que todo lleve a él y me lo niegue. Estoy cansado de que se aleje sin explicación, harto de ver el número de él todavía en su teléfono.
Se equivocó al elegirme. Piensa que debería haberse quedado con él. Y no con el pelotudo que no hace otra cosa que trabajar. Con este viejo de mierda que no puede estar con ella.
Y yo dándole con todos los gustos.
Lo difícil es el silencio. Y las respuestas vacías. Su espalda cuando le hablo. La almohada entre nosotros. Su insomnio. Sus horas en el baño. Su silencio.
Lo mataría. Iría hasta su mugrosa habitación a matarlo. Pero soy un insecto a punto de reventarse, con qué cara. Una mosca casi muerta. Ni siquiera una mosca porque las moscas se apoyan en la mierda y yo no tengo ni los huevos para mandarlo a la remilputa que lo parió.
-Y sí, quiero saberlo -digo después de pagar la cuenta-. O terminar con esto.
3.
Él sabía que todavía guardaba la llave en el ropero. Lo sabía. Y sé que muchas veces debe haber querido tirarla. Llevársela y nunca devolvérmela, o simplemente hacer que se perdiera.
Anoche después de cenar, fuimos a casa. Me gritó como nunca en su vida. Me lastimó las muñecas. Me pegó una cachetada. Me obligó a buscar la llave y subir otra vez al auto.
Tenés que elegir de una buena puta vez-me gritaba. Ya lo había hecho. No iba a llorar, no iba a hacerme la pobrecita con nadie.
Estacionó a la vuelta. Ya era tarde, día de semana y nadie circulaba a esa hora. Abrimos la puerta de abajo, el portero no estaba.
Subí vos y elegí. Te espero una hora. Nada más. Sino no volvés, no vuelvas nunca más.
Abrí la puerta con cuidado. No quería espectáculos. Hacía dos años que no lo veía, me acordaba del departamento, pero estaba algo cambiado. No estaba en la cocina, ni en el baño. Durmiendo. Serví agua en un vaso. Busqué en la cartera la pastilla. Me acerqué hasta su cama y escuché que la puerta de entrada se abría otra vez.
Fue un tironeo. Se agarraban los brazos pero no se golpeaban. Se gritaban, se putearon. Se tiraron al piso. Pero no se golpeaban. Eran unos cagones los dos. Yo gritaba para que se dejaran pero en realidad no lo quería. Quería que se hicieran mierda los dos. Pero no se pegaban los muy cobardes.
Bajá, bajá ya. Subite al auto. No te quiero ver más- dije al final. Me habían cansado. Los dos.
Me hizo caso. El otro quedó en el piso, agotado, asmáticamente agitado porque ese debe haber sido su esfuerzo físico más grande en estos últimos años.
Le ayudé a recostarse. Saqué de la cartera otras dos pastillas cualquiera y se las di. Se durmió profundamente, como siempre. También saqué una lapicera. Y arranqué un papel.
No me hables, no me llames, no me jodas. Perdete.
No te amo ni te quise nunca. ¿Querés saber algo más? Ni a él.
Yo.
Volví a la cocina. Esperé un rato sentada en el sofá percudido, quizás dormité. Por la ventana ya entraban los primeros rayos de un sol marrón. Mandé un mensaje: Salió todo bien amor, se acabó todo con los dos. Ya voy para ahí.
Bajé; deseé haberme hecho un café antes de salir. Él nunca tiene café. Voy a llegar helada y no va a haber café. Caminé, de todas formas, hasta la esquina. Los niños corrían para entrar a la escuela. Un taxi esquivó a alguno cuando vio que mi brazo se levantaba despacio y temblaba de frío, llamándolo.
A.V 30/03(07)/11
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