Hoja en gris, fotocopiada por una
gorda con el cuello negro y con costras, de sonrisa amarga y entrcejo triste. Hoja
en gris y mentira, manchada de espantos y fantasmas. Hoja dura, impenetrable. Sentencias
en números, vacía y repleta de espacios incompletos que llevaron a sueños de
oscuridades detrás de puertas de roble.
La tipografía se descompone, se
marea, se desmaya. Huye. Las letras huyen y se esconden en la vergüenza de la
venganza. Suena el metal como si cada sílaba fuera golpeada por los tipos de
una máquina de escribir en alguna vida anterior. Suena metálica y prohibida.
Suena de un lado al otro, en estéreo, y al frente está la llave. Y la distancia.
La hoja se va llenando de
caracteres lisos. Llenando digo, cuando no hay más que vacío. Es una hoja gris
con gusto a bilis. Tallada y lisa, tallada con impotencia, lisa.
Una luz verde explota debajo de
la tapa de la fotocopiadora. La mujer mira el reloj queriendo irse. La hoja
gris expulsada de la madre grotesca.
La hoja gris en el mostrador y no
es mía. No, no es mía. La hoja blanca de una libreta en la mochila. La mochila
que ya no pesa, la libreta que se va llenando de palabras de tinta azul, de
garganta renovada, de vida. De palabra. Y la hoja gris sigue ahí, pétrea, pero
no es mía. Yo estoy escribiendo frases nuevas. De golpe. La mano no se cansa aunque tenga sed. Se escucha en el tiempo a la máquina de
escribir que cae, que se destruye, que se desintegra como arena. Se derrumba, y
con ella lo dicho y repetido sin sentido sobre la cinta vieja y oscura. Se
escucha la puerta que se abre, la llave se pega al bolsillo y el caminar se
hace respirando. Silbando bajo. Con palabras nuevas. Aunque la firma sea la
misma.
A.V. 14 de Marzo.
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