El desafío era hablar corto, sintético pero profundo. De qué hablar. Qué omitir. Con qué se puede hacer ameno un discurso que sería leído a las 9.30 de la mañana después de trasnochar. Me propuse improvisar, pararme frente al micrófono e imitar a cualquier standapero que cuenta chistes y no parece tan ridículo. Me acosté a las 3, pensé hasta las 4 concluyendo que era necesario escribirlo entero porque existía un riesgo enorme de ser ridículo de todas formas.
Lo subjetivo. Aquí está. Puesto sobre papel para ser leído frente a pocos chicos que me conocían pero que conocen MUY bien lo que describo. Aquí va por algunos pedidos. Muchísimas gracias Colegio por ser siempre tan "bienvenidores". Han sido un placer enorme: los 6 años y el después, y aquella mañana.
Pensé bastante en qué decir para este acto. Rogué a los dioses
del stand up, de la oratoria, de la locuacidad, que me iluminaran. Pensé en
improvisar, repasando algunos temas que considero importantes para decir sobre
este Colegio: su gente, su enseñanza, sus cambios, su excelencia en tantas
cosas, el honor de haber hecho mi secundaria acá y que me lo recuerden los
apuntes que leo en la Facultad, el agradecimiento enorme que le debo.
Pero decidí buscar algo más original, o quizás, menos
observado. Algo que destacara el sentimiento que me choca, me impacta, apenas pongo
un pie en el edificio. Sentí que podía ser el “siempre bienvenidos” que nos
prometieron los profesores el día que nos despidieron, pero me di cuenta que la
cuestión es aún previa al saludo efusivo de quien encontremos a la entrada, de
algún preceptor, por ejemplo. Está todavía más cerca, debajo nuestro, casi
inadvertido. Es la importancia de una simple figura, un concepto edilicio, un
significante que podría ser solamente geométrico, pero que en fin, está cargado
de significado, de momentos, de recuerdos, de palabras, de afecto.
El octógono. Dicho así, hasta suena rígido, formal, censor.
Pero en el inventario de emociones ocurridas en este lugar, siempre aparece.
Aquí habré dado mi primera vuelta cargadísimo de nervios, cuando tenía que
rendir el examen de ingreso –mi promoción fue la primera que atravesó ese
sufrimiento necesario-, sin conocer a nadie o a muy pocos. Aquí se charla en
invierno cuando todavía es de noche. Con mis compañeros nos contábamos las
novedades de la tarde anterior o padecíamos el reto de los preceptores a la
hora de formar cuando necesitábamos saber lo que había pasado el fin de semana.
Aquí se han dicho muchas cosas. Se han hecho las confesiones
más secretas, en un silencio de rincón con sol en algún recreo. Se ha insultado
a mansalva pero en voz baja. Se ha caminado, mucho, muchísimo. Se han revelado
misterios matemáticos; la cabeza de cientos de nosotros habrá hecho click
cuando entendíamos por fin –o no- las ecuaciones químicas, o alguna cuestión de
matemática. Aquí algún Héctor Peña Pollastri
nos habrá enseñado, porque además de buena gente y bocho, siempre fue un
excelente docente. Aquí se contaron de principio a fin las novelas para el oral
de inglés, de forma bilingüe. Se respondieron preguntas de geografía, se repasó
historia. Se contaron una y otra vez de qué va el Mío Cid, y las peripecias de
Don Juan.
Por este octógono caminamos. Tanto que hasta decíamos que
seguro dejábamos un surco. En el recorrido fuimos encontrándonos con otros, con
amigos, con no tan amigos que después lo fueron, con chicos más chicos -que los
más grandes escuchábamos para burlarnos-, y con chicos más grandes que podían
hacer lo mismo, porque cuando se es adolescente se hacen esas cosas. Por aquí
han caminado profesores perseguidos por nosotros antes de un examen, o para que
reciban un trabajo práctico recién hecho. Acá nos han retado, aquí nos han
hablado mirándonos fijamente; por ahí,
sentados bajo la sombra de alguna columna, algún preceptor nos ha escuchado
cuando tuvimos algún problema.
En este octógono fuimos felices. En este octógono también,
hubo minutos de silencio que dolieron demasiado. En este octógono dejamos mucha
historia.
Pasillos, aulas, bancos, ventanas, patios, hay muchos, en
todos lados. Cada cosa tendrá lo suyo, recuerdos inseparables del lugar donde
ocurrieron. Pero el octógono lo tiene en cada uno de sus lados, en cada columna
y donde haya dado el sol. Una vez hace algún tiempo discutimos el nombre de un
periódico escolar, se propusieron varios y quedó “El octógono”. A mí me
gustaba, algo tenía que me parecía el correcto. Pero era chico, y aunque rogara
a los mismos dioses que mencioné al principio, no pude explicar bien por qué.
Les agradezco a todos por un momento más para guardar: creo que por fin he
contestado.
Muchas gracias.
A.V.
Marzo de 2012
Ah, y FELIZ CUMPLEAÑOS!!! Por muchos más, salud!
1 buenondones expresivos:
Hermoso el texto Álvaro. Me trajo muchísimos recuerdos y me emocionó leerlo. Gracias por plasmar en palabras lo que muchos sentimos pero nos cuesta expresar. Aprovecho para dejarles aquí un saludo a toda la gente del colegio que me lea por aquí, y especialmente a mis compañeros que hace tiempo que no veo. Les mando un abrazo a todos.
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