lunes, 25 de octubre de 2010

El Tincho

  Todavía sigue ahí. Tirado, desparramado como una bola de pelos, inmóvil, con los ojos cerrados y las patas extendidas. Es tragicómico observarlo, a la mañana, cuando el sol le da de lleno, se va contra la entrada de la cocina, a propósito, a calentarse.
  El otro día, cuando salí de desayunar y buscar agua en la heladera lo pisé. En el cuello el pie izquierdo, en una de sus patas el derecho. No se inmutó. Ni un quejido. Creo que abrió los ojos, con la energía de una tortuga. No movió la cabeza tampoco.
   Está medicado con calcio, come como embarazada. Pero está cada vez menos en la vereda, no molesta como antes para salir a callejear. Mueve la cadera cual mulata sensual, pero con el olor a perro mojado. Ya no ladra, ni persigue a los que salimos hasta la esquina, ni siquiera a sus dueños.
   Lo peor de todo es que hace como dos noches maúlla un gato. Y no hace nada. No sé si alguna vez ejerció de macho alfa, o de corre gatos; pero se ve que ahora se jubiló del todo. Y molesta. No hay nada peor que un gato que no te deja dormir. Los ronquidos en estéreo de las habitaciones que me encierran son soportables, pero el sonido agudo, lloroso es, además de deprimente, desesperante. Y el Tincho no hace nada. Es cierto: es sordo; desde que llegué siempre fue sordo, pero no ciego, ni siquiera de noche.
  Yo no sé. A veces pienso que sufre, pero lo veo ahí tirado tomando sol y digo ¡la mierda qué vida! Me da envidia, de esa sana que dicen que existe. Yo, combatiendo la humedad camino a Gráfica, él ahí descansando después de desayunar alita de pollo fría. Y me da más envidia.
   Camino a la facultad, filosofo. Él tiene 15, yo 19, pero a los años de él hay que multiplicarlos por 7. Filosofo, no saco cuentas, pero deben ser bastantes ¿no? ¿Llegaré así? Escleroso, sí, pero socialmente adaptado, querido por los vecinos, respetado por los más jóvenes, muy bien alimentado, protegido con las pastillas más caras. Lo dudo. Y me acuerdo que está solo, tirado, despatarrado bajo el sol. Qué se yo.
   Tal vez sea mi futuro, quizás algún boludo que va contando mosquitos en la humedad un día me pise el cuello y una pierna, y yo ni siquiera lo mire. Probable será que ni siquiera me acuerde, que una vez, un perro feo, vago, maltrecho y oloroso, me predijo la vejez.



                                                                             AV       25/10/10

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