A veces, la desesperación nos obliga a hacer cosas estúpidas a locuras heroicas, o simplemente nos lleva al delirio. Esa tarde en el Hospital San José, la mixtura peligrosa de mi orgullo y la desesperanza que se olfateaba en el ambiente me hizo pensar todo aquello: una estupidez atómica, una locura heroica y un delirio enfermizo. A mi lado, con la cabeza entre sus manos estaba Anahí, mi hermana.
-Te apuesto mi caja de figuritas de los Power Rangers a que paro el tiempo y papá no se muere- dije mirándola fijamente y con el tono de mi voz más convencido que tuve en mi vida.
Ella descubrió su rostro, mostrando sin virgüenza alguna sus ojos hinchados de tanto llorar. Sonrió burlona y contestó:
-¿Y para qué quiero yo tus figuritas?
-No sé. Igual voy a ganar yo. Voy a parar el tiempo.
Anahí me miró enternecido, haciendo gala de sus 18 años y los diez que me llevaba. Como la mayor, siempre me había cuidado y últimamente, cuando mamá pasaba casi todo el día con papá, hablábamos de la vida y las figuritas.
-Bueno. Trato hecho.
Y así comencé a pensar un plan. Alguna forma debía haber; no podía ser tan difícil cumplir esta misión. Miré mi muñeca izquierda. Eran las 22.48 –tenía hambre- y pasaríamos ahí la noche. mamá estaba en la sala y papá debía estar ahí dormido, con esas vendas en su cabeza y la maquinita al lado haciendo pip pip todo el tiempo.
Quise entrar pero me detuvo María, la enfermera de la noche.
-Dani, ¿qué hacés acá? No te puedo dejar entrar. ¿Querés que llame a tu mamá?
-No, no, María, voy a de paso. Camino porque estoy planeando algo- le contesté dubitativo-. Decime, por casualidad, ¿no sabés cómo detener el tiempo?
María pensó un momento, y sus ojos brillaron.
-Creo que escuché alguna vez que acá, al final del pasillo, hay un reloj que cumple deseos. Tenés que pedir lo que quieras cerrando los ojos y pensando fuerte y concentrado letra por letra tu pedido.
-¿Ese de ahí?- dije señalando al fondo del pasillo. Justo al lado de la puerta del baño había un reloj de pared con péndulo, como el que tenía la abuela Nora en Catamarca. A la izquierda, colagada, estaba la imagen de la Virgen del Valle.
-Ese mismo. Y acordate: concentrado.
-Sí, sí. Gracias María.
Nunca supe qué habrá sido de la vida María porque jamás la vi de nuevo, ni volví al Hospital después de tanto tiempo.
Fui corriendo hasta el reloj y me senté en un banquito de madera ubicado al frente de la pared de los deseos.
-Pedí, que se cumple.
Me asustó la voz. Era la de una señora llena de arrugas que me miraba con profundidad de abuela. Tenía puesto un manto azul como la virgen del cuadrito. La miré y le sonreí, ya más tranquilo.
Cerré los ojos –como me había dicho María- y escuché el sonido hondo del péndulo que marcaba los segundos. Sabía que el doctor había sido claro: dos meses. Y ya habían pasado 57 días.
“Reloj, relojito, haz que los días no pasen, que la máquina del pip pip desaparezca y que papá vuelva a casa”. Repetí esto diez veces, o quizás más, o más…
-¡Dani, Dani! ¿Qué hacés acá? ¡Te estuve buscando!- Anahí me despertó y me abrazó. Lloraba. Pero también reía.
-¿Qué te pasa? –le dije mientras me refregaba los ojos dormidos.
-Papá, Dani. ¡Se despertó! Mañana lo vamos a poder ver. Hay que esperar un rato. Vamos con mamá así comemos algo.
-Pediste mi caja de figuritas- le susurré contento.
-Sí, y me alegro –me abrazó-. No sé para qué las hubiera querido.
A.V 4/5/10
Nota: producción para Textos. Consigna: apuesta imposible, resuelta. Con figura de reloj.
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