jueves, 8 de julio de 2010

Oscuro 29'



Se despertó a las 4 de la mañana, como antes. Era una costumbre que no lograba borrar de su organismo. No necesitaba alarma, ni salía el sol a esa hora, pero él se despertaba igual. La cama, caliente. Su uniforme, planchado, dentro del placard -cerrado hace varios días-.
La radio sonaba a bajo volumen a su lado. Su mujer roncaba a diez ínfimos centímetros de su almohada y debería soportarla por dos horas más.
Pensaba en el camino a la fábrica, las calles oscuras, las veredas repletas de alcohólicos devenidos en espíritus caminantes. Los imaginó de repente, saliendo de los callejones de la periferia de Brooklyn y rogando por una gota de licor.
-¡Hombre! Necesito tu ayuda. Es urgente amigo. Necesito una botella. ¡Ayuda amigo! ¡Ayuda!-rogaban varios, con sombríos ojos y sonrisas muertas.
Él seguía caminando sin responder. Jugaba con sus manos y hacía sonar sus dedos, predispuesto para trabajar todo el día.
Cuando llegó, sacó su tarjeta perforada y fue a su lugar de siempre, de hace ya, dieciocho meses.
-¿Cómo estás, Paul?-lo saludó Richard. Él ajustaba las tuercas sobre la cinta, que corría sin detenerse.
-Muy bien. ¿Escuchaste el partido ayer?-le contestó gritando, porque el ruido invadía el salón-Fue buenísimo, la peor derrota de los Red Sox en mucho tiempo. Sentí un placer enorme.
-¡Vivan los Yankees!-se escuchó de otro de los operarios.



...

-Paul, Paul, levántate. Hice café-lo despertó Sarah.
-Está bien, ya voy a la cocina. Ve-le respondió.
Desde el despido, la convivencia había sido difícil, tensa. Cuando se casaron, él trabajaba y ganaba bien. Habían disfrutado de una casa y de una vida estable.
Cuando le informó a su esposa sobre el quiebre de la fábrica, Paul tuvo que soportar sus llantos histéricos de día, sus gritos fatalistas durante el almuerzo y sus ronquidos agudos por las noches.
-¿Qué vamos a hacer, Paul? ¿De qué vamos a vivir, amor? Creo que tenemos que mudarnos, probar en otra ciudad.
-Ajá-se limitaba a contestar él, mientras bebía su café frío y asqueroso. Indigno.
-No lo sé.
-Podríamos ir a Boston, a lo de mis padres.
-Ya veremos. Hoy buscaré algo, Sarah.
-Rezaré por eso, amor. Yo me reuniré con las chicas. Estamos todas tristes por ustedes.
-Hazlo si quieres. Me voy.
Se vistió con el mismo jean que usaba antes de casarse. Observó el ropero y sintió deseos de abrirlo y palpar su uniforme, ponérselo otra vez; caminar antes de que salga el sol y conversar con los demás. Pero no lo hizo. Esto no podía durar tanto.
Salió y cuando cerró la puerta, odió el sol sobre su rostro, el brillo sobre el asfalto y los niños que corrían a la escuela. El humo que no salía de las torres. La quietud insoportable del desempleo. Y lo peor era que Sarah lo esperaba con el mismo café frío y los mismos suplicios sin fin.  


                                                                               A.V  29/06/10


Nota: producción para Textos. Consigna: diálogos y retrato de los años locos, crisis del 29' en EE.UU.
Confesión: odio escribir en "neutro". La próxima serán newyorkinos a la argento.

martes, 6 de julio de 2010

Llueve

-A veces.
A veces cuando llueve camino.
-Sólo  a veces.
Dejo que la nube que flota sobre el asfalto y la vereda me golpee.
-Muy de vez en cuando.
Abro los ojos y veo pasar las gotas por mis brazos, como que juegan.
-Casi nunca.
No maldigo al cielo, a mi memoria y a tu recuerdo.
-Pero jamás.
No perdono al tiempo, ni me prohíbo disfrutar de
-Siempre.
Tener/te acá.


-Llueva
-O no.

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