domingo, 22 de abril de 2012

Mientras tanto




Yo te miro.






Mientras tanto bajo un árbol descansa un reloj de piedra. Mientras tanto se queda sin tinta el grito, sin papel el susurro, sin vida la sangre, sin color la nada.






AV 22/4

martes, 10 de abril de 2012

Luz


"...Respiro.


Fuá, es tan difícil [...] y a la vez tan inevitable. Fuiste espejo y espejismo, fuiste ese extremo tan opuesto que termina inexorablemente conectado en el mismo lugar, hecho círculo perfecto. Fuiste cable, fuiste chispa, y fuiste agua, arena, río. Fuiste la voz más ronca, y garganta. Y latidos. Gilda diría todo eso fuiste, je, pero yo digo que en cierta forma sos, seguís siendo, en momentos como éste, en el que todas las luces de lo que no sos vos se apagan, y se quedan esperando a que dibuje un punto y deje de tenerte dando vueltas por acá, para encenderse otra vez. Quizás ocurra. Quizás se te termine Londres, quizás se te gasten los mapas y te recorras hasta la última square. Pero toda la vida será, para mí, más emocionante caminando despacio, en redondo, mientras oscurece, con vos."




                                                                                      A.V, algún tiempo atrás.

















sábado, 7 de abril de 2012

Sin título

O la tos, murmuró. ¿O la tos? La escena, vista desde arriba, podría ser descripta muy en borrador -como con lápiz HB o más blando- como una tarde noche, gris, insinuantemente fresca -o de otoño para ser más claros-, en la que hay dos pibes, una chica de pelo largo, "carita borrada" y un pibe de espaldas, algo alto. La perspectiva quizás sea un poco amateur. Una esquina. Esquina renovada, esquina que fue vieja, con alfeizar de un lado y zaguán del otro, casa del 1900 restaurada con puerta color acero, pintada de violeta y con un reflector con sensor de movimiento. Hay un perro pintado en un cartel que dice que la casa está protegida. Pero no importa, a ellos no les importa y discuten a media voz.
Discuten que tampoco está tan mal. Que podría haber sido peor. En verdad ni siquiera discuten. Mueven las manos como si lo hicieran, pero no, los dos saben -no lo dicen, claro, porque sino dejarían de hablar y para eso se juntaron- que los dos sienten exactamente lo mismo, una nada de otoño, una nada de tarde noche, frente a una casa heredada y arrasada por pretenciosos gustos. Pero él contesta que no entiende por qué. Ella, se sostiene las manos detrás de la espalda y frunce la boca; cada tanto finge que va a hablar tomando aire de repente para luego seguir callando. Y el silencio. En el borrador podrían aparecer bastante movidos, dos autos, que atravesaron la esquina, uno por un lado y el otro por el otro, sin hacer mucho ruido. Ninguna otra interrupción.
Él fuma. En el borrador se ven dos colillas tiradas en el suelo. Pero es un detalle, no importa demasiado. Fuma y cuando se exaspera porque recuerda algo que ella dijo o no dijo, o quiso decir pero no dijo, o dijo y ahora dice que no dijo...cuando eso ocurre, él tose. 
Cruza los pies ella. Se sostiene las manos por detrás de la espalda y cruza los pies. Una posición bastante incómoda, diremos, pero así se encontraba. Lo escuchaba. Ella no decía mucho. Pasó el primer auto, y dijo algo que él no escuchó bien  y dijo algo así como "y no sé, mirá, no sé". Entonces seguían. Él jugaba de un extremo al otro, tratando de sacarle algo. Algo que lo haga entender, ALGO, le pedía sin decirlo. Manejaba por la ruta del monólogo pegándole a la banquina en cada intento por que ella dijera que sí o que no, pero ella no largaba palabra.
Hay una luz, además de la de la casa que se prende cuando él exagera algún gesto con los brazos. Cuando abraza a la chica, cuando la suelta y trata de reubicarla en el difícil equilibrio de su posición. Hay una luz que ilumina desde la esquina del frente que logra las sombras en la cara de ella, casi por completo; y el brillo en su pelo, así se sabe que es largo, y la espalda del chico, que usa una campera liviana, porque es otoño y está anocheciendo. 
Entonces, él fuma y ella escucha. Así decidió ella que sería. Que lo dejaría hablar. Después de todo, eso quería desde que mandó el mensaje. Apretó "enviar" y pensó: que hable, a él le gusta hablar. Mientras calla, supone que él quiere terminar todo. Todo, o nada. No quiere terminar nada. Ahora sí. Él habla y ella saca conclusiones, redacta veredictos dramáticos de tres o cuatro palabras. Pero él va y viene. Entonces ella alega para un lado y para otro, porque está aburrida, porque sabe que tiene que volver a su casa y ver a su mamá que le dice que ponga la mesa y que traiga la fruta, y que prepare jugo y que blá. Entonces escucha, y después irá a decirle a su mamá en la mesa que habló con el pibe y que está bien, sin mayores novedades.
Él cada vez más desesperado, se siente enfermo, afiebrado. Espera más segundos con la esperanza fugaz de que ella conteste, pero la ansiedad no le permite olvidar la lista de temas que había pensado para charlar. O más bien, exponer.
Cuando pasa el segundo auto, el reflector se enciende. Cómo sabés qué es lo que vamos a hacer. Cómo sabés qué es lo que queremos. Y otros cómo sabés que pregunta, ya ardiendo, él.
Entonces, cuando pasa algún tiempo y el reflector se apaga otra vez, ella dice:
-No lo sé. Yo creo que tenemos que esperar a que pase. ¿Que pase qué? El tiempo. O la tos.




                                      A.V 7/04/12



Ahora es más fácil comentar