viernes, 16 de marzo de 2012

Curriculum Vitae


Hoja en gris, fotocopiada por una gorda con el cuello negro y con costras, de sonrisa amarga y entrcejo triste. Hoja en gris y mentira, manchada de espantos y fantasmas. Hoja dura, impenetrable. Sentencias en números, vacía y repleta de espacios incompletos que llevaron a sueños de oscuridades detrás de puertas de roble.

La tipografía se descompone, se marea, se desmaya. Huye. Las letras huyen y se esconden en la vergüenza de la venganza. Suena el metal como si cada sílaba fuera golpeada por los tipos de una máquina de escribir en alguna vida anterior. Suena metálica y prohibida. Suena de un lado al otro, en estéreo, y al frente está la llave. Y la distancia.

La hoja se va llenando de caracteres lisos. Llenando digo, cuando no hay más que vacío. Es una hoja gris con gusto a bilis. Tallada y lisa, tallada con impotencia, lisa.

Una luz verde explota debajo de la tapa de la fotocopiadora. La mujer mira el reloj queriendo irse. La hoja gris expulsada de la madre grotesca.

La hoja gris en el mostrador y no es mía. No, no es mía. La hoja blanca de una libreta en la mochila. La mochila que ya no pesa, la libreta que se va llenando de palabras de tinta azul, de garganta renovada, de vida. De palabra. Y la hoja gris sigue ahí, pétrea, pero no es mía. Yo estoy escribiendo frases nuevas. De golpe. La mano no se cansa aunque tenga sed. Se escucha en el tiempo a la máquina de escribir que cae, que se destruye, que se desintegra como arena. Se derrumba, y con ella lo dicho y repetido sin sentido sobre la cinta vieja y oscura. Se escucha la puerta que se abre, la llave se pega al bolsillo y el caminar se hace respirando. Silbando bajo. Con palabras nuevas. Aunque la firma sea la misma.

                                                                          A.V. 14 de Marzo.


lunes, 12 de marzo de 2012

Eso que fue el Colegio

Me llamaron para decir algunas palabras en el 9no aniversario del Colegio UTN, mi secundaria. Muchos dicen que uno pertenece al lugar donde pasó su juventud. Donde rió, donde aprendió, donde quiso o amó, donde tuvo emociones fuertes y demás donde qué sé yo que indican que, en síntesis, la adolescencia es la mejor época de la vida. 


El desafío era hablar corto, sintético pero profundo. De qué hablar. Qué omitir. Con qué se puede hacer ameno un discurso que sería leído a las 9.30 de la mañana después de trasnochar. Me propuse improvisar, pararme frente al micrófono e imitar a cualquier standapero que cuenta chistes y no parece tan ridículo. Me acosté a las 3, pensé hasta las 4 concluyendo que era necesario escribirlo entero porque existía un riesgo enorme de ser ridículo de todas formas.


Lo subjetivo. Aquí está. Puesto sobre papel para ser leído frente a pocos chicos que me conocían pero que conocen MUY bien lo que describo. Aquí va por algunos pedidos. Muchísimas gracias Colegio por ser siempre tan "bienvenidores". Han sido un placer enorme: los 6 años y el después, y aquella mañana.


    Pensé bastante en qué decir para este acto. Rogué a los dioses del stand up, de la oratoria, de la locuacidad, que me iluminaran. Pensé en improvisar, repasando algunos temas que considero importantes para decir sobre este Colegio: su gente, su enseñanza, sus cambios, su excelencia en tantas cosas, el honor de haber hecho mi secundaria acá y que me lo recuerden los apuntes que leo en la Facultad, el agradecimiento enorme que le debo.

     Pero decidí buscar algo más original, o quizás, menos observado. Algo que destacara el sentimiento que me choca, me impacta, apenas pongo un pie en el edificio. Sentí que podía ser el “siempre bienvenidos” que nos prometieron los profesores el día que nos despidieron, pero me di cuenta que la cuestión es aún previa al saludo efusivo de quien encontremos a la entrada, de algún preceptor, por ejemplo. Está todavía más cerca, debajo nuestro, casi inadvertido. Es la importancia de una simple figura, un concepto edilicio, un significante que podría ser solamente geométrico, pero que en fin, está cargado de significado, de momentos, de recuerdos, de palabras, de afecto.

     El octógono. Dicho así, hasta suena rígido, formal, censor. Pero en el inventario de emociones ocurridas en este lugar, siempre aparece. Aquí habré dado mi primera vuelta cargadísimo de nervios, cuando tenía que rendir el examen de ingreso –mi promoción fue la primera que atravesó ese sufrimiento necesario-, sin conocer a nadie o a muy pocos. Aquí se charla en invierno cuando todavía es de noche. Con mis compañeros nos contábamos las novedades de la tarde anterior o padecíamos el reto de los preceptores a la hora de formar cuando necesitábamos saber lo que había pasado el fin de semana.

    Aquí se han dicho muchas cosas. Se han hecho las confesiones más secretas, en un silencio de rincón con sol en algún recreo. Se ha insultado a mansalva pero en voz baja. Se ha caminado, mucho, muchísimo. Se han revelado misterios matemáticos; la cabeza de cientos de nosotros habrá hecho click cuando entendíamos por fin –o no- las ecuaciones químicas, o alguna cuestión de matemática. Aquí algún Héctor Peña Pollastri  nos habrá enseñado, porque además de buena gente y bocho, siempre fue un excelente docente. Aquí se contaron de principio a fin las novelas para el oral de inglés, de forma bilingüe. Se respondieron preguntas de geografía, se repasó historia. Se contaron una y otra vez de qué va el Mío Cid, y las peripecias de Don Juan.

      Por este octógono caminamos. Tanto que hasta decíamos que seguro dejábamos un surco. En el recorrido fuimos encontrándonos con otros, con amigos, con no tan amigos que después lo fueron, con chicos más chicos -que los más grandes escuchábamos para burlarnos-, y con chicos más grandes que podían hacer lo mismo, porque cuando se es adolescente se hacen esas cosas. Por aquí han caminado profesores perseguidos por nosotros antes de un examen, o para que reciban un trabajo práctico recién hecho. Acá nos han retado, aquí nos han hablado  mirándonos fijamente; por ahí, sentados bajo la sombra de alguna columna, algún preceptor nos ha escuchado cuando tuvimos algún problema.

      En este octógono fuimos felices. En este octógono también, hubo minutos de silencio que dolieron demasiado. En este octógono dejamos mucha historia.

    Pasillos, aulas, bancos, ventanas, patios, hay muchos, en todos lados. Cada cosa tendrá lo suyo, recuerdos inseparables del lugar donde ocurrieron. Pero el octógono lo tiene en cada uno de sus lados, en cada columna y donde haya dado el sol. Una vez hace algún tiempo discutimos el nombre de un periódico escolar, se propusieron varios y quedó “El octógono”. A mí me gustaba, algo tenía que me parecía el correcto. Pero era chico, y aunque rogara a los mismos dioses que mencioné al principio, no pude explicar bien por qué. Les agradezco a todos por un momento más para guardar: creo que por fin he contestado.

Muchas gracias.
                                                                                                                       A.V. Marzo de 2012


Ah, y FELIZ CUMPLEAÑOS!!! Por muchos más, salud!





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