viernes, 31 de diciembre de 2010

Regalito



Volvió a bloquear el teléfono. Bostezó, la habían despertado con el mensaje. Fue al baño, prendió la luz, se vio al espejo y se sacó las lagañas. Se sentó en el inodoro y trató de pensar qué le tocaba hacer ese día. Trámites, compras, ir a la modista. Todo eso quedó en stand by, como su notebook, que abrió cuando salió del baño.
Conectó el MSN en modo invisible, no había nadie importante. Y claro, si eran las  cinco y media de la mañana. Solamente los viciosos y las putas que se agregan solas aparecían en verde desesperado. Pensó en contarles la noticia, pero para qué, seguro no les importaría. Entró en sus cuentas de Facebook y Twitter y ahí, en bastante menos de 140 caracteres escribió una novedad que para muchos podría haber sido la más importante del año que estaba por terminar. Para ella no lo era, y ese twitt fue uno de los 3658 que escribiría hasta el día en que, aburrida, decidiera cerrar su cuenta. Uno más, como cualquier otro, como “Qué rico es el arroz Mocoví” o “Me comí un pozo. Quintela y la puta que te parió”.
Después, leyó los titulares del Independiente.com y se preparó un café. Mientras caminaba se desperezaba, bostezaba, y se rascaba el ojo izquierdo. Qué bárbaro, che, menos mal, se repetía en voz baja. Estaba sola, desde hace años, pero lo mismo hablaba casi susurrando por toda la casa.
Se sentó frente a la computadora otra vez y escribió en Facebook: “Me salvé de ir al super, de cocinar, de ir a la modista, de armar a los pedos el pesebre y el arbolito, de limpiar la casa. Menos mal.”
Aquello no pasaba todos los años. La verdad siempre fue que a ella no le gustaba la navidad, era un plomo, cocinar para la familia, poner la casa, siempre ella. Siempre ella porque era la que mejor hacía las tortas, siempre ella porque su casa era la más grande. Y había que disponerse para mantener las apariencias.
Baldear los pisos, plumerear las telarañas, buscar en el depósito ardiente las figuritas del bebé enorme y sus padres diminutos. Era un pesebre viejo, que le regaló su abuela una tarde, cuando todavía creía en dios.
Arrancar pasto del patio, sacar las copas de vidrio del mueble del living. Comprar vino, papas fritas y maní, Paso de los Toros para su hermano, esa mezcla horrible que se hace llamar Coca Zero y otros derivados ficticios de adelgazantes para varios sobrinos. Cargar nafta y buscar, primero, en la modista, un vestido que mandó a agrandar para su hermana que estaba cada vez más gorda, y más tarde, en el lavadero, el mantel tradicional que su tía le dejó en herencia y que su madre exigía anualmente estuviera sobre la mesa dulce. Comprar luces para el arbolito, armarlo.
De todo eso -sonrió frente al repaso-se salvó. Se había librado, milagrosamente, por primera vez en su vida de soltera independiente de organizar la cena de Nochebuena. Ni hermanos, ni cuñados, ni sobrinos ni sobrinonietos. Nada. Nadie. ¡Por fin!
Tenía suficiente nafta en el auto como para ir hasta la heladería. Arrancó, pidió dos kilos: crema del cielo, limón, chocolate amargo, pistacho, higo y sambayón, esos que a nadie le gustan pero a ella sí. Pasó por un almacén y compró un paquete de salchichas, unos panes de viena y mayonesa. La cena estaba lista.
Al volver, puso el helado en el freezer, las salchichas en la heladera y se acostó otra vez.
Más tarde, reinició la computadora y entró al Face. Su muro estaba repleto, si se puede decir repleto –tenía 73 amigos-, por condolencias y sentidos pésames. Abrió el Twitter y releyó: “Mamá murió esta mañana. Navidad no será lo mismo”.



A.V                 31/12/10


miércoles, 29 de diciembre de 2010

Epitafio

Desde "Epitafio" de Pedro Mairal


Aquí yace mi cuerpo, expresamente, para ser llorado.


Aquí, bajo los montículos de tierra infértil, se me desagotan los ojos,
y suplican las incipientes cavidades oculares, tu piel pálida.
Ansían mis falanges que no te espantes por mis uñas largas, y que,
en vez, coloques tus dedos sobre el barro hecho de mi tierra y tus lágrimas,
lo rasques descontrolada con tu manicura de luto.
Ruegan mis cartílagos auriculares que no les sean imperceptibles
tus pasos, tu taconeo amortiguado por mis vecinos y sus tumbas.
Y se te quiebre la voz. Y te tiemble el labio.




Anhela mi tabique, quimérico, saber cuando llegues.
Empalagarse mi mandíbula carcomida,
inundarse mis pómulos destrozados
con el inmundo perfume importado,
que él, bien hijo de puta, te compró,
porque jamás me lo pediste.


                                                                                       A.V            29/12/10

jueves, 2 de diciembre de 2010

Ceguera

Habrás cerrado los ojos
   mientas la ciudad se empañaba
   cuando llovían suplicios.
Habrás evitado oír 
   los pasos desorientados de los
   niños sin camino
              a ningún lugar.


Habrás palpado tus bolsillos
   cerrándolos,
   ahogándolos 
ante la húmeda mirada
 del pedido cotidiano.


Habrás girado la cabeza 
  y caminado a casa tranquilo,
                 como yo.


                                      A.V     2/12/10


San Telmo.  Noviembre de 2010.  AV

lunes, 22 de noviembre de 2010

Pensión de desequilibrados: pensionado number 1

Algunos dicen que los blogs sirven como para descargarse cuando uno está enojado. A ver si es cierto.
Desde que llegué a esta pensión me sentí cuasibendecido. Sí, verdad..encontrarla fue de casualidad. Casi un milagro haberla visto publicada en el diario el mismísimo día en que llegué.
Pasa que con la confianza de haber sido un estudiante platense, mi viejo esperó hasta enero para reservar en una pensión que quedaba en una dirección que podía ser en La Plata o en Berisso. Tocó la última. Ah, no les comenté eso? dijo la dueña.
Si me hubiera quedado en aquella habitación debería haber compartido baño con una viejita peruana y trabar las puertas de cada lado del inodoro, con el riesgo de que alguno de los dos se olvide y deje al otro sin baño por horas. Si me quedo acá, no duro dos días, me dije. Mi fuerza de voluntad se caía estrepitosamente, sin lágrimas por el momento. De última me vuelvo y estudio en La Rioja, pensé a los tres minutos de dejar la valija sobre la colchoneta que sería mi cama. Acá no me quedo, le dije a mi mamá cuando salimos de la casa. Nunca fui muy caprichoso, pero esto cuestión de vida o depresión.
Tomamos un taxi al centro...de La Plata, compraron el diario mis viejos, y nos sentamos en un bar a almorzar. Ahí vimos algunas pensiones, marcamos, visitamos algunas, pero como estábamos cerca probamos en esta, desde donde escribo ahora. La pegamos. Tranquilidad, pocas piezas, el baño bien, compartido entre todos pero nuevo, con calefón (el compartido con la viejita era por poco a leña), heladera, cocina y chiche: Wi-Fi de algún vecino generoso al que se le acabó la solidaridad a la vuelta de las vacaciones de invierno. Pero no importa, ese era mi lugar en La Plata.
Algún otro día contaré otras peripecias, como mi encuentro con Tincho, el perro osteoporoso de la casa, o con mi amigo Matías (aprendí su nombre tres meses después de haberlo conocido), los buenos dueños que me invitan asado. Hoy toca un pensionado.

Cuando llegué, los pensionados como yo, éramos todos bastante tranquilos. Uno, mi amigo Matías estudia Derecho, tiene veintialgo y me hace acordar a mi hermano. El de la "primera pieza" (se merece un capítulo esa habitación) era un tipo extraño al que le calculé por su alimentación una sobrevida de cuatro o cinco años. Después está Marcelo, pata de lana por excelencia, que uno nunca sabe cuándo llega, con él nos divide una pared de verdad. Y el de la pieza del lado, tras el durlock era un tipo que alquilaba hace tres años e iba una vez por mes como mucho, persona tranquilísima si las hay.
Varios fueron pasando, cada uno tendrá su posteo.
Pero en este momento me encuentro enfurecido con el del lado. Ni idea cómo se llama. Sólo sé que tiene una pizzería por 13 y 58. Cuando llega, despierta a todo el mundo porque en su llavero parece que tiene las llaves de un hotel. Cierra, abre las puertas golpeándolas, prende la tele y pone el volumen al máximo. Me entero así que tal equipo de la B metropolitana juega con tal otro, y que el juego ha sido muy parejo, con poderosos jugadores defensivos y atajadas magistrales del Pocho tanto.
Para ingresar a esta pensión (salvo yo, que entré milagrosamente) los desequilibrados mentales y/o psicológicos parecen hacer fila.
El maestro pizzero del lado, tiene una especie de novia. No es que yo sea chusma, sino que parece que lo hace a propósito para que todos nos enteremos que él tiene puestos los pantalones en la relación, porque le dice enferma, pelotuda, ¡¿me estás cargando?!, boluda, puta, pelotuda y otras caricias discursivas. Al rato se lo escucha, llorando: vos no me entendés, eso pasa, vos no me querés. Me tenés  snif snif snif abandonado.
Lo bueno es que al rato se pone bien y escucho: Hermosa, y vos cómo te llamás? Te vi en el diario, decime tus medidas. ¿Qué es lo mejor que hacés? El otro día dijo: estoy en Corrientes y Scalabrini Ortiz, hoy dio su paradero menos urbano: Pilar. A veces, critica al sistema financiero: no anda el cajero, preciosa, apenas pueda saco plata y paso por ahí. Hoy se llamó Lucas; otros días Ignacio, Juan, Josho.
No es que yo sea un cristiano moralista ni mucho menos, lo que me molesta es que lo grite. Todos los días dice que se pierde la señal, pero no se digna a salir a hablar por teléfono.
Anoche no pude dormirme, porque estaba TyC relatando partidos viejos de San Jorge de Chubut contra Club Güemes de San Martín.
Ronca, pero bueno, somos todos humanos. Se lo escucha desde la cocina, bueno, pero ¿quién se escucha cuando duerme? Ahí lo entiendo. Pero el televisor, las puertas, las llaves, la poca solidaridad con el sueño ajeno cuando sus vecinos pueden dormir unos minutos más. ¿Hace falta despertar a toda la pensión un domingo a las 8 de la mañana con las puertas golpeándose, la respiración agitada cual bufido desesperado?

Creo que ya me desenojé, quizás es el sueño, es que rindo mañana y estoy harto de estudiar. No sé por qué será pero acá termina el relato, prometo, dos o tres amigos lectores, que continuaré.

martes, 16 de noviembre de 2010

Soledad - Trabajo Final para Facultad

Acá dejo el link de lo que supuestamente sería una revista digital  que es a lo que intenté que se parezca:



Nota: Hacer clik, en la portada, donde dice La Plata para que se vea en forma de presentación, y en Diagonizado para verla en toda la pantalla.

Esta "revista" es el Trabajo final para Textos I

domingo, 14 de noviembre de 2010

Ardor


       Imposible. Había estado trabajando durante horas, pero no obtuvo resultado: nada, completamente nada. Desinfectó las pinzas y las demás herramientas. Las dejó, cada una en su lugar, descansando hasta el próximo caso. Se sacó los guantes y los tiró a la basura. Llamó por teléfono, dijo que se daba por vencido y dio la autorización.
       Cerró con llave y firmó afuera su partida.
       Manejó cansado. Sólo quería darse un baño, comer y dormir. Rogaba que su madre lo esperara con el almuerzo caliente, pero eso era casi quimérico: el reloj marcaba las cinco y media de la tarde.
       Cuando llegó, la ínfima esperanza desapareció. El otro auto no estaba y las luces estaban prendidas como si nadie hubiera pasado la noche allí. Menos que menos iba a haber comida, pensó.
       Prendió la luz de la cocina, se fijó que el calefón estuviera prendido y fue directo a bañarse.
       Bajo la ducha, repasó el procedimiento, cada intervención, paso por paso. No entendía qué había hecho mal. Imposible, im-po-si-ble se repetía. El agua caliente intentaba calmarlo pero su cerebro buscaba respuestas, inquietándolo.
       Cuando terminó, se secó pensando en lo mismo. Se cambió y fue a la cocina. Caminó hacia la heladera: había dos recortes de diarios y una nota doblada, pegados con imanes.
       Uno, el más grande, quizás revelara el misterio. Su madre siempre guardaba los artículos que la prensa le dedicaba a los casos con los que su hijo trabajaría en la morgue. Era una especie de premio, o reconocimiento. Estaban todos guardados en un álbum. Él lo lee salteándose palabras: accidente, incendio, N.N, infidelidad, gravísimas quemaduras, ¿crimen?
       Piensa por unos segundos y lee el otro recorte. Su corazón parece frenar de emergencia los latidos, siente un dolor que le invade el cuerpo, un vacío repentino. Eran cuatro líneas, de la sección necrológicas. Anunciaban el velatorio de su padre. Tira el papel al piso y toma la nota, la desdobla.
Hijo mío: vos sabés que era un hijo de puta. Lo agarré dejando a su noviecita en la casa. No quería que lloraras antes de tiempo así que hice bien el trabajo, lo dejé irreconocible ¿no? Hay un tupper con arroz adentro de la heladera, comé y vení a la sala.
Un beso. Mamá

A.V      7/08/09

jueves, 11 de noviembre de 2010

Ellos, nosotros, todos

Enfundados en cotidianeidades
a veces tan lejanas a sí mismos
se internan dibujando mares,
montañas o silencios,
más allá de sus ventanas, de sus horas
de disfraz laboral.
Con corbata o remeras gastadas,
polleras, zapatos o alpargatas.

Cuántos descalzos
y más sufridos,
tendidos
sobre mesas llenas de hambre.

Y también son
los que inventan sus penas
y exageran sus llantos,
catarsis sobre papeles
arruinados por el tiempo

Y tachones, y basureros llenos
Y lapiceras gastadas.
Palabras que sin avisos ni carteles
buscan a sus dueños
a sus musas
todos o sólo uno. 


"Arte en el taller"...psss




                                                                  A.V            11/11/10

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Perfil 3/4

Ni siquiera en aquella foto,
en la que seguís sin mirar,
evitás los desgarros.

Hubo brillo en tus ojos,
no de flashes ni de luces.
Perdido con el tiempo,
en las calles, en los boletos de colectivo.
Abandonado entre tarjetas, oculto.
Escondido. Y a la vez tan dentro.

Tan presumible tu nomirada.
Tan explícita.
Tan definitiva. Tan poco ficticia.

El minutero ya giró un año,
y los calendarios se fueron perdiendo.
Ya fueron extirpados
las tarjetas de micro que desperdiciaron sus viajes,
los carnets vencidos y las promociones olvidadas.

Y el segundero apremia, como cada día que ha pasado.
Y saco todo, y la busco.
Y la encuentro. Casi sin mirarla,
tironeo desafiando al fracaso.
Quizás no signifique nada. Quizás sólo sea liberar
cuatro centímetros por cuatro.

Y que se haga espacio,
para el retrato de alguien.
 Que mire.


                                                                                   A.V        02/01/11



viernes, 29 de octubre de 2010

Souvenir

     7. Era el séptimo. Los demás se habían ido, entré cafés de mañana, y besos de callejón.
     Recién comprados, habían descansado en el paquete, juntos, sólo por dos minutos. Uno a uno fue saliendo, para calmar los nervios, la espera, la culpa.
     La fresca brisa los motivaba, los encendía más, y de a poco se iban llenando de calor acumulado. Los labios apenas se separaban,  y la boca dejaba salir la seducción voraz de los recuerdos abandonados.
     El ardor iba creciendo al ritmo de las miradas, sobre una mesa. La piel se erizaba. Y la respiración se agitaba, entrecortada, del mismo aire, compartido, en la intimidad de un rincón. Como susurro entraba el humo a sus bocas, unidas de vez en cuando. Los invadía con su sabor a casualidad atropellada.
     Las puertas se abrieron, las cortinas se cerraron, las ropas se rasgaron con aire a traición. Hicieron el amor con gusto a pucho. El paquete, sobre la mesa de luz. Se miraron poco, casi nada. Fumaron los dos, desnudos pensando en la nada misma.
     Sonó el teléfono, fue hasta la cocina. Un mensaje. Leyó y dejó las cenizas en ese cenicero viejo, ese souvenir del avión.
     Lo encontró fumando, y él le sonrió. Ella no. Sólo dijo “ya viene, vamos”. Se vistieron como pudieron, con el sudor en sus cuerpos y se besaron apurados. Y el paquete volvió a su bolsillo, no sin antes largar otro pucho.
     Corrieron por el pasillo. Las llaves. Ella corrió hacia la mesa, tomó las llaves y dejó el cigarrillo, sin apagar, en aquel recuerdo del avión. Salió atosigada, cerró la puerta, y escapó abrazada.
     Era el número 7. Las cenizas del quinto y sexto lo esperaban a cada lado de la cama, sobre las mesas de luz. “Dejé de fumar” había dicho en ese avión, cuando se embarazó de su primer hijo.

                                                                           AV   24/04/09

lunes, 25 de octubre de 2010

El Tincho

  Todavía sigue ahí. Tirado, desparramado como una bola de pelos, inmóvil, con los ojos cerrados y las patas extendidas. Es tragicómico observarlo, a la mañana, cuando el sol le da de lleno, se va contra la entrada de la cocina, a propósito, a calentarse.
  El otro día, cuando salí de desayunar y buscar agua en la heladera lo pisé. En el cuello el pie izquierdo, en una de sus patas el derecho. No se inmutó. Ni un quejido. Creo que abrió los ojos, con la energía de una tortuga. No movió la cabeza tampoco.
   Está medicado con calcio, come como embarazada. Pero está cada vez menos en la vereda, no molesta como antes para salir a callejear. Mueve la cadera cual mulata sensual, pero con el olor a perro mojado. Ya no ladra, ni persigue a los que salimos hasta la esquina, ni siquiera a sus dueños.
   Lo peor de todo es que hace como dos noches maúlla un gato. Y no hace nada. No sé si alguna vez ejerció de macho alfa, o de corre gatos; pero se ve que ahora se jubiló del todo. Y molesta. No hay nada peor que un gato que no te deja dormir. Los ronquidos en estéreo de las habitaciones que me encierran son soportables, pero el sonido agudo, lloroso es, además de deprimente, desesperante. Y el Tincho no hace nada. Es cierto: es sordo; desde que llegué siempre fue sordo, pero no ciego, ni siquiera de noche.
  Yo no sé. A veces pienso que sufre, pero lo veo ahí tirado tomando sol y digo ¡la mierda qué vida! Me da envidia, de esa sana que dicen que existe. Yo, combatiendo la humedad camino a Gráfica, él ahí descansando después de desayunar alita de pollo fría. Y me da más envidia.
   Camino a la facultad, filosofo. Él tiene 15, yo 19, pero a los años de él hay que multiplicarlos por 7. Filosofo, no saco cuentas, pero deben ser bastantes ¿no? ¿Llegaré así? Escleroso, sí, pero socialmente adaptado, querido por los vecinos, respetado por los más jóvenes, muy bien alimentado, protegido con las pastillas más caras. Lo dudo. Y me acuerdo que está solo, tirado, despatarrado bajo el sol. Qué se yo.
   Tal vez sea mi futuro, quizás algún boludo que va contando mosquitos en la humedad un día me pise el cuello y una pierna, y yo ni siquiera lo mire. Probable será que ni siquiera me acuerde, que una vez, un perro feo, vago, maltrecho y oloroso, me predijo la vejez.



                                                                             AV       25/10/10

sábado, 16 de octubre de 2010

Calendario

   Asfixia. Pastilla que da sueño, en vez de extirparlo, al luchar cuerpo a cuerpo con las tres cafiaspirinas diarias, con el oxígeno inyectado que entra -quiera o no- en la humedad de una caminata.
   Y la pantalla ni siquiera sigue en blanco, ni siquiera es pantalla. No se escribe sola, no se llenan las páginas ni se diagraman las palabras ¿qué esperan?
  Acostado y se mueren los párpados. Y el calor vuelve.
   El techo sigue siendo tan triste como en febrero. Las paredes habrán cambiado, pero lo importante sigue en el mismo lugar; irreemplazable por desgracia, porque no quiero.
   Ya nada hace ruido sobre el parqué. Ya poco queda de las pezuñas molestas, que esclerosas esperan morir. A su lado tiene el agua que bebe una vez al día, de a litros; al lado de la otra pata, la carne asada de todos los días.
  Él y yo, como en febrero. Uno más seguro de sí mismo, el otro más viejo; uno que espera que el calendario pase rápido y el otro que con cada día se completen caracteres, de soledad, de aceites reciclados, y de análisis periodísticos. Los dos, empastillados. Abandonados a las siete de la tarde. ¿Quién es quién?
  Me mira sin despedirse, el soberbio. No le cierro la puerta, porque no camina, porque me quedo sin internet. Gira la cabeza y sigue esperando.
  Entre los dos nos entendemos. Quizás nos extrañemos, quién sabe.



AV                    16/10/10


martes, 5 de octubre de 2010

Torre de Jesús

Caminan como hormigas con el pronóstico de sol asegurado. Lo hacen sin prisa, y hasta con cierto desdén. Caminan tomando aire, inflándose los pulmones, y sin otro sentido geográfico que el trazo simétrico de la plaza. No son demasiados; es domingo. La mayoría está acostada o sentada; se observan unos puntos diminutos a su lado, serán niños. Estos puntitos sí se mueven rápidamente, se caen, se detienen, vuelven al pasto verde cuidado, acolchonado.
Desde la torre de Jesús, a 63 metros de altura, se ve el rostro al revés de un hombre. Las hormigas se mueven por sus mejillas, sus ojos y su boca, sin darse cuenta, tampoco molestándolo. Porque él dejó de ser hormiga, a la fuerza, tres veces. Porque no se sabe si camina bajo algún pronóstico soleado, si lo hace con prisa o con desdén; si toma aire, si infla sus pulmones en cada paso. No se sabe porque falta. Algunas hormigas se lo llevaron. Desaparecido.




A.V 27/09/10





jueves, 30 de septiembre de 2010

30/10/83


Despertaron. Abrieron los ojos
sin pánico.

Anoche, las cerraduras
infectadas de miedo
descansaron

Y los libros, cada DNI y la Historia
borraron sin éxito
sus manchas de sangre,
de sudor, de pólvora.

Despertaron ese domingo.
Habían soñado con justicia,
con una hilera de firmantes de muerte
sentenciados.
Nunca más se oía desde arriba.

Al mediodía el voto se hizo voz.
Fue llanto y fue abrazo.

Pero al llegar la noche, se escuchaban
tanques en las calles. Llovía.
Ellos se hicieron multitud,
y las gotas impotencia.

Un punto final, somnoliento
empañó la madrugada,
y el día pasó
durmiendo, durmiendo.


                A.V  22(30)/09/10



jueves, 9 de septiembre de 2010

Espera



Penumbra de sobremesa
bajo una ventana nocturna


Varias latas de cerveza
           Vacías
y un cuaderno manchado.


Recetas pegadas
    en la heladera.
Agujas en la mesada
negaciones hamacándose en la silla


Y el vaso sucio, y
   las lapiceras sin tinta.


Y el timbre que dejó de funcionar
     desde el diagnóstico




desde el diagnóstico






A.V 09/09/10

domingo, 29 de agosto de 2010

Y uno les ruega a las palabras


Y uno les ruega a las palabras
  que se evaporen, que se condensen
que lluevan
que suban escaleras, que susurren,
que suspiren
que vean y no pierdan tiempo
            (esta vez)
                 en pestañear

Y uno confía en las palabras
para que digan sobre papel
lo que uno
    silencia
            a gritos
 desde la garganta

Y uno les encarga a las palabras
que, por fin
          espíen
Y que, quizás
   (¿quién sabe?)
   se humedezcan

                                 A.V   (26)29/08/10




jueves, 26 de agosto de 2010

Noche

De: http://entrevereader.blogspot.com

Quiso gritar. No pudo. Llorar, tampoco. La sábana lo asfixiaba, el ritmo desparejo del pecho de ella lo incomodaba. Tenía hambre, pero no era capaz de emitir sonido.

Abrió un poco la boca, buscó con su lengua su alimento. Palpó suavemente la remera gastada de su madre, encontró su seno. No la heriría con sus pequeños dientes, pero ella no despertaba. Esperó un rato. La oscuridad no cambiaba; una luz fluorescente titilaba sobre ellos, rutinaria. El eco de la respiración ajada de la mujer rompía la incertidumbre del silencio. Ambos estaban cansados, él lloraba por dentro, ella ya había llorado demasiado.

Le gustaba cerrar los ojos y reconocer voces, pero logró girar su cabeza un poco y observó las sombras bajo la puerta. Eran pasos decididos de los cuidadores de su mamá, deshechos por la luz de afuera. Gimió y tembló. Se movió nervioso sobre el pequeño espacio que tenía en la cama. Mordió la sábana y jugó con ella. Se enroscó en la tela, se sentía un poco grande; temía caerse y por eso se acurrucaba con esfuerzo. Cuando escuchó un ruido de tacos, se escondió bajo una colcha que caía de la cama y aparentó estar durmiendo.

La puerta se abrió, y con el destello que entró, apareció Alicia, la amiga de su mamá, siempre vestida de blanco, con guantes y sonrisa agotada, ojos hinchados de ver llorar, oídos cansados de aullidos. En su mano tenía una aguja, en su bolsillo un frasquito. Controló el suero. Caminó por la habitación. Él abría los ojos por unos instantes, para saber qué estaba ocurriendo, pero los cerraba con fuerza, por miedo. Percibió lo pasos más cerca, el perfume dulzón de Alicia; la sintió cada vez más cerca, podía escuchar su aliento. Presionaba sus pestañas hasta que le dolían, no quería ver, no quería respirar, ni un movimiento, ni un desliz.
Estaba a su lado. Sintió la presión de sus dedos finos, sus uñas sobre su brazo arrugado. La fuerza con la que Alicia lo apartó de su madre. Lo zamarreó con asco. Lo tiró al suelo y así quedó por un momento: acurrucado, desnudo bajo su pijama a rayas.

-¡Viejo de mierda! ¡Otra vez acá! ¿Por qué no dejás a esta pobre mujer en paz? ¡Pervertido!

Sobre el piso, el viejo temblaba, frágil en sus huesos, en su boca y en su alma. Sus dientes gastados tiritaban y no dejaban de sonar. Es mi mamá, es mi mamá, señorita. Soy su nene. Miremé, miremé los ojos, azules como los de ella. Señorita, creamé.

Vio cómo un líquido transparente llenaba la jeringa, otra vez. La aguja penetró hasta su sangre que cada vez circulaba más abatida. Dos hombres entraron y lo sacudieron, lo levantaron y arrastraron hasta el pasillo. Tenía hambre, quiso gritar, quiso llorar. Y pudo. Lo hizo desgarradamente, como un niño, como su niño.



jueves, 12 de agosto de 2010

WikiBlog

Con amigos, empezamos a armar un blog colaborativo. Serán cuentos, relatos, textos en 3 partes, de las que nos encargaremos cada uno. Espero que disfruten.


martes, 3 de agosto de 2010

Eco

 

     Abrís los ojos: primero uno y después el otro. Te estirás. Me mirás un rato y te tocás la cara. Me gusta tanto cuando hacés eso. Te pasás un dedo por el contorno de tus ojos, exquisitamente verdes, como queriendo quitar cualquier resto de un mal sueño.
     Te veo rara. Me mirás otro rato y seguís sin saludarme. Yo sigo viéndote curioso. De repente levantás una mano en el aire. Tengo miedo. Pero la dejás caer y suspirás fastidiosamente. Bajás la cabeza y veo tu pelo. Quisiera sostenerte y oler tu perfume, tranquilizarte.
     Levantás la mirada y te caen lágrimas, que recorren tus mejillas, intentan tocar tus labios y caen desde tu mentón. Efectivamente, estás mal.
     Tu ceño se frunce, y me mirás enojada. Me preguntás por qué. Me preguntás qué hiciste mal. Intentaría responder pero atacás otra vez: ¿es que hay otra? Y largás el llanto desde la garganta. Te vas unos segundos de mi vista pero te escucho gemir desesperada.
     Volvés y tu belleza ya ha vacilado. El ardor te invadió el rostro, y el rojo los ojos y la nariz. Te agarrás el pelo, y lo tirás con fuerza. Quiero decirte que no lo hagas, que no te lastimes, pero gritás mientras te clavas las uñas en el cuello. Y te caés. Y dejo de verte por un momento.
     Te levantás; con fuerza, te rasgás el pijama. Con el sonido de la tela al romperse me mostrás tu cuello arañado y de a poco, tus pequeños pechos. Das un paso, otro, y me dejás ver hasta tu ombligo. No entiendo nada y ahora soy yo el que pregunta por qué y qué hice mal. Te abrazás nerviosa y te quebrás en llanto otra vez. Te apoyás en la pared y te dejás caer, y veo tu cuello, tu boca temblorosa y tus ojos enfurecidos. Te quedás así minutos, quizás horas. Siento tu respiración que a veces se calma y otras veces, asaltada, tal vez por algún recuerdo, se acelera de nuevo. Quisiera poder gritarte que no es tu culpa. Deseo que te levantes y me mires otra vez, que te despidas.
     Escucho tu último suspiro. Decidida te levantás, abrís la canilla, te lavás la cara. Me mirás. El verde lucha contra el rojo sangre. Respirás hondo y levantás la mano, la cerrás y con fuerza me pegás. Una sola vez fue suficiente, directo al medio. Mis pedazos caen haciendo estruendo. Tu sangre en mí. Veo tus pies, tu ombligo, tus pechos y tu espalda, al mismo tiempo, desde todas las perspectivas. Veo cómo te desinfectás las manos y te vendás. Apagás la luz. Dejo de verte, amor, pero te rozo en cada cristalina partícula olvidada.

                                                                                                                                                                                                                              A.V
                                                                                        24 de agosto de 2009

domingo, 1 de agosto de 2010

Punto y coma

Punto para terminar ¿qué? La fantasía. 
          y coma, como para no dejar¿te? del todo.
Ni aparte, para romper con la cadencia. 
Ni seguido, para tener¿te? cada vez más lejos.


Desesperada, trazo nervioso, mancha con sabor a herida,
bajo el punto, late la coma.


Con fe errante de banquina, la fundo con aguja
                                                        en la razón 
esperando que llegue a lo demás.


Probé escribir y romper. Volver a pensar y cerrar los ojos.
Quizás ahora;               sí.

jueves, 8 de julio de 2010

Oscuro 29'



Se despertó a las 4 de la mañana, como antes. Era una costumbre que no lograba borrar de su organismo. No necesitaba alarma, ni salía el sol a esa hora, pero él se despertaba igual. La cama, caliente. Su uniforme, planchado, dentro del placard -cerrado hace varios días-.
La radio sonaba a bajo volumen a su lado. Su mujer roncaba a diez ínfimos centímetros de su almohada y debería soportarla por dos horas más.
Pensaba en el camino a la fábrica, las calles oscuras, las veredas repletas de alcohólicos devenidos en espíritus caminantes. Los imaginó de repente, saliendo de los callejones de la periferia de Brooklyn y rogando por una gota de licor.
-¡Hombre! Necesito tu ayuda. Es urgente amigo. Necesito una botella. ¡Ayuda amigo! ¡Ayuda!-rogaban varios, con sombríos ojos y sonrisas muertas.
Él seguía caminando sin responder. Jugaba con sus manos y hacía sonar sus dedos, predispuesto para trabajar todo el día.
Cuando llegó, sacó su tarjeta perforada y fue a su lugar de siempre, de hace ya, dieciocho meses.
-¿Cómo estás, Paul?-lo saludó Richard. Él ajustaba las tuercas sobre la cinta, que corría sin detenerse.
-Muy bien. ¿Escuchaste el partido ayer?-le contestó gritando, porque el ruido invadía el salón-Fue buenísimo, la peor derrota de los Red Sox en mucho tiempo. Sentí un placer enorme.
-¡Vivan los Yankees!-se escuchó de otro de los operarios.



...

-Paul, Paul, levántate. Hice café-lo despertó Sarah.
-Está bien, ya voy a la cocina. Ve-le respondió.
Desde el despido, la convivencia había sido difícil, tensa. Cuando se casaron, él trabajaba y ganaba bien. Habían disfrutado de una casa y de una vida estable.
Cuando le informó a su esposa sobre el quiebre de la fábrica, Paul tuvo que soportar sus llantos histéricos de día, sus gritos fatalistas durante el almuerzo y sus ronquidos agudos por las noches.
-¿Qué vamos a hacer, Paul? ¿De qué vamos a vivir, amor? Creo que tenemos que mudarnos, probar en otra ciudad.
-Ajá-se limitaba a contestar él, mientras bebía su café frío y asqueroso. Indigno.
-No lo sé.
-Podríamos ir a Boston, a lo de mis padres.
-Ya veremos. Hoy buscaré algo, Sarah.
-Rezaré por eso, amor. Yo me reuniré con las chicas. Estamos todas tristes por ustedes.
-Hazlo si quieres. Me voy.
Se vistió con el mismo jean que usaba antes de casarse. Observó el ropero y sintió deseos de abrirlo y palpar su uniforme, ponérselo otra vez; caminar antes de que salga el sol y conversar con los demás. Pero no lo hizo. Esto no podía durar tanto.
Salió y cuando cerró la puerta, odió el sol sobre su rostro, el brillo sobre el asfalto y los niños que corrían a la escuela. El humo que no salía de las torres. La quietud insoportable del desempleo. Y lo peor era que Sarah lo esperaba con el mismo café frío y los mismos suplicios sin fin.  


                                                                               A.V  29/06/10


Nota: producción para Textos. Consigna: diálogos y retrato de los años locos, crisis del 29' en EE.UU.
Confesión: odio escribir en "neutro". La próxima serán newyorkinos a la argento.

martes, 6 de julio de 2010

Llueve

-A veces.
A veces cuando llueve camino.
-Sólo  a veces.
Dejo que la nube que flota sobre el asfalto y la vereda me golpee.
-Muy de vez en cuando.
Abro los ojos y veo pasar las gotas por mis brazos, como que juegan.
-Casi nunca.
No maldigo al cielo, a mi memoria y a tu recuerdo.
-Pero jamás.
No perdono al tiempo, ni me prohíbo disfrutar de
-Siempre.
Tener/te acá.


-Llueva
-O no.

martes, 29 de junio de 2010

Again

   Nos encontramos en un bar chiquito que quedaba entre la casa de los dos, para que no se dijera que éramos impuntuales. Nos sentamos en esas sillas viejas que hacen ruido, pero qué importa si todos gritan enojados con los partidos del mundial, la crisis europea o los discursos de Cristina. Todos gritan y nosotros creímos que teníamos derecho a hacerlo también.
-¿Y? ¿Ya fue?-gesticuló mi amigo. Alcancé a entenderlo, sin escucharlo del todo, mientras la moza dejaba la carta con un golpe, apurada para atender a los demás.
-No. Nada. Todavía.-frases cortas, así nos entendemos.
   Manos sobre la mesa. Mirada en la vereda, más allá del vidrio. 
-Un jugo de naranja yo.-pedí cuando volvió la chica- ¿Vos?
-Infantil lo tuyo ¿eh?-rió él-Yo nada, gracias.
    Dedo con otro, jugando con la servilleta. Recuerdo mucho más lejos: la diagonal, la autopista, la ruta oscura y más.
-No me gusta el café. No me gusta la amargura innecesaria.
-Claro, seguro-le brillaron los ojos.
-¿A vos te gusta el café?-le pregunté a la moza cuando volvió con mi jugo, ella se sorprendió. Traté de parecer serio- Sí, el café.
-El de acá es muy bueno.
-Pero a vos, ¿te gusta el café?
-No, la verdad no -dudó un segundo-. Pero el de acá es muy bueno.
-Listo, muchas gracias.-y giré hacia mi amigo- ¿Ves? No nos gusta el café.
-Ahora te gustó la moza.
-No. Todavía... nada.
  La vibración del motor, la palanca de cambios, el sol que no se anima, la gente tranquila. Suena el cd de Confluencia, Carinhoso. ¿Será sábado? ¿Miércoles a la mañana? ¿Llueve? Llovizna.
-Te das cuenta de que te hace mal, que no dormís bien, que soñás cualquier cosa. Dejá que se vaya de una vez. Volvé en el tiempo. No da para más.
-Ajá. 
La vereda, no. Muy lejos. Marcha atrás. Ahí, sí. Adelante. Bien. Ya fue. Apago el motor. Me bajo. Suspiro. Timbre.
-¿Hace falta?
- Creo que a mí sí. El tiempo..
-Nada, no hace nada. Dejate ir. No mientas. No te mientas- contundente, como el gol de zurda que se repetía por la tele. 
-¿Y si extraño?
-¿No lo hacés ya?
-Mucho.
Pasos tras la puerta. Sonrisa contenida, sonrisa obligada. Mirada encontrada, pulso febril. Palabra que sale, libros que se callan.Saludo que se escucha, despedidas apresuradas. Otra vez, como un disparo a quemarropa. La sangre fría.
-Vos sabés qué es lo mejor.
-Despertar.
-Y pagar la cuenta.
La miro a los ojos. 
-¿Cuánto es? ¿10? Acá.-dejé un billete. 
Y una carta sobre una servilleta de papel. 
Y una excusa, para mí.
Otra vez. Los perdones, entre la vereda, el ventanal y la mesa.
                                     
         La sueño.          Ni barullos, susurros o alarmas.
Y abro los ojos. Solo. Una vez. Más. Allá.


A.V 29/06/10

domingo, 27 de junio de 2010

Telegramas

I
FOTO(punto)COMO(espacio)DISPARO(punto)DESGARRA(punto)(fin)

II
MANOS(espacio)TUYAS(espacio)PERFORAN(espacio)MIOCARDIO(punto)POR
(espacio)LOS(espacio)OJOS(punto)(fin)

III
RABIA(espacio)CONTAMINA(espacio)SANGRE(punto)OTRA(espacio)VEZ(punto)
(fin)

IV
TIEMPO(espacio)NO(espacio)CURA(punto)(fin)




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