domingo, 14 de noviembre de 2010

Ardor


       Imposible. Había estado trabajando durante horas, pero no obtuvo resultado: nada, completamente nada. Desinfectó las pinzas y las demás herramientas. Las dejó, cada una en su lugar, descansando hasta el próximo caso. Se sacó los guantes y los tiró a la basura. Llamó por teléfono, dijo que se daba por vencido y dio la autorización.
       Cerró con llave y firmó afuera su partida.
       Manejó cansado. Sólo quería darse un baño, comer y dormir. Rogaba que su madre lo esperara con el almuerzo caliente, pero eso era casi quimérico: el reloj marcaba las cinco y media de la tarde.
       Cuando llegó, la ínfima esperanza desapareció. El otro auto no estaba y las luces estaban prendidas como si nadie hubiera pasado la noche allí. Menos que menos iba a haber comida, pensó.
       Prendió la luz de la cocina, se fijó que el calefón estuviera prendido y fue directo a bañarse.
       Bajo la ducha, repasó el procedimiento, cada intervención, paso por paso. No entendía qué había hecho mal. Imposible, im-po-si-ble se repetía. El agua caliente intentaba calmarlo pero su cerebro buscaba respuestas, inquietándolo.
       Cuando terminó, se secó pensando en lo mismo. Se cambió y fue a la cocina. Caminó hacia la heladera: había dos recortes de diarios y una nota doblada, pegados con imanes.
       Uno, el más grande, quizás revelara el misterio. Su madre siempre guardaba los artículos que la prensa le dedicaba a los casos con los que su hijo trabajaría en la morgue. Era una especie de premio, o reconocimiento. Estaban todos guardados en un álbum. Él lo lee salteándose palabras: accidente, incendio, N.N, infidelidad, gravísimas quemaduras, ¿crimen?
       Piensa por unos segundos y lee el otro recorte. Su corazón parece frenar de emergencia los latidos, siente un dolor que le invade el cuerpo, un vacío repentino. Eran cuatro líneas, de la sección necrológicas. Anunciaban el velatorio de su padre. Tira el papel al piso y toma la nota, la desdobla.
Hijo mío: vos sabés que era un hijo de puta. Lo agarré dejando a su noviecita en la casa. No quería que lloraras antes de tiempo así que hice bien el trabajo, lo dejé irreconocible ¿no? Hay un tupper con arroz adentro de la heladera, comé y vení a la sala.
Un beso. Mamá

A.V      7/08/09

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