Abrís los ojos: primero uno y después el otro. Te estirás. Me mirás un rato y te tocás la cara. Me gusta tanto cuando hacés eso. Te pasás un dedo por el contorno de tus ojos, exquisitamente verdes, como queriendo quitar cualquier resto de un mal sueño.
Te veo rara. Me mirás otro rato y seguís sin saludarme. Yo sigo viéndote curioso. De repente levantás una mano en el aire. Tengo miedo. Pero la dejás caer y suspirás fastidiosamente. Bajás la cabeza y veo tu pelo. Quisiera sostenerte y oler tu perfume, tranquilizarte.
Levantás la mirada y te caen lágrimas, que recorren tus mejillas, intentan tocar tus labios y caen desde tu mentón. Efectivamente, estás mal.
Tu ceño se frunce, y me mirás enojada. Me preguntás por qué. Me preguntás qué hiciste mal. Intentaría responder pero atacás otra vez: ¿es que hay otra? Y largás el llanto desde la garganta. Te vas unos segundos de mi vista pero te escucho gemir desesperada.
Volvés y tu belleza ya ha vacilado. El ardor te invadió el rostro, y el rojo los ojos y la nariz. Te agarrás el pelo, y lo tirás con fuerza. Quiero decirte que no lo hagas, que no te lastimes, pero gritás mientras te clavas las uñas en el cuello. Y te caés. Y dejo de verte por un momento.
Te levantás; con fuerza, te rasgás el pijama. Con el sonido de la tela al romperse me mostrás tu cuello arañado y de a poco, tus pequeños pechos. Das un paso, otro, y me dejás ver hasta tu ombligo. No entiendo nada y ahora soy yo el que pregunta por qué y qué hice mal. Te abrazás nerviosa y te quebrás en llanto otra vez. Te apoyás en la pared y te dejás caer, y veo tu cuello, tu boca temblorosa y tus ojos enfurecidos. Te quedás así minutos, quizás horas. Siento tu respiración que a veces se calma y otras veces, asaltada, tal vez por algún recuerdo, se acelera de nuevo. Quisiera poder gritarte que no es tu culpa. Deseo que te levantes y me mires otra vez, que te despidas.
Escucho tu último suspiro. Decidida te levantás, abrís la canilla, te lavás la cara. Me mirás. El verde lucha contra el rojo sangre. Respirás hondo y levantás la mano, la cerrás y con fuerza me pegás. Una sola vez fue suficiente, directo al medio. Mis pedazos caen haciendo estruendo. Tu sangre en mí. Veo tus pies, tu ombligo, tus pechos y tu espalda, al mismo tiempo, desde todas las perspectivas. Veo cómo te desinfectás las manos y te vendás. Apagás la luz. Dejo de verte, amor, pero te rozo en cada cristalina partícula olvidada.
A.V
24 de agosto de 2009