domingo, 29 de agosto de 2010

Y uno les ruega a las palabras


Y uno les ruega a las palabras
  que se evaporen, que se condensen
que lluevan
que suban escaleras, que susurren,
que suspiren
que vean y no pierdan tiempo
            (esta vez)
                 en pestañear

Y uno confía en las palabras
para que digan sobre papel
lo que uno
    silencia
            a gritos
 desde la garganta

Y uno les encarga a las palabras
que, por fin
          espíen
Y que, quizás
   (¿quién sabe?)
   se humedezcan

                                 A.V   (26)29/08/10




jueves, 26 de agosto de 2010

Noche

De: http://entrevereader.blogspot.com

Quiso gritar. No pudo. Llorar, tampoco. La sábana lo asfixiaba, el ritmo desparejo del pecho de ella lo incomodaba. Tenía hambre, pero no era capaz de emitir sonido.

Abrió un poco la boca, buscó con su lengua su alimento. Palpó suavemente la remera gastada de su madre, encontró su seno. No la heriría con sus pequeños dientes, pero ella no despertaba. Esperó un rato. La oscuridad no cambiaba; una luz fluorescente titilaba sobre ellos, rutinaria. El eco de la respiración ajada de la mujer rompía la incertidumbre del silencio. Ambos estaban cansados, él lloraba por dentro, ella ya había llorado demasiado.

Le gustaba cerrar los ojos y reconocer voces, pero logró girar su cabeza un poco y observó las sombras bajo la puerta. Eran pasos decididos de los cuidadores de su mamá, deshechos por la luz de afuera. Gimió y tembló. Se movió nervioso sobre el pequeño espacio que tenía en la cama. Mordió la sábana y jugó con ella. Se enroscó en la tela, se sentía un poco grande; temía caerse y por eso se acurrucaba con esfuerzo. Cuando escuchó un ruido de tacos, se escondió bajo una colcha que caía de la cama y aparentó estar durmiendo.

La puerta se abrió, y con el destello que entró, apareció Alicia, la amiga de su mamá, siempre vestida de blanco, con guantes y sonrisa agotada, ojos hinchados de ver llorar, oídos cansados de aullidos. En su mano tenía una aguja, en su bolsillo un frasquito. Controló el suero. Caminó por la habitación. Él abría los ojos por unos instantes, para saber qué estaba ocurriendo, pero los cerraba con fuerza, por miedo. Percibió lo pasos más cerca, el perfume dulzón de Alicia; la sintió cada vez más cerca, podía escuchar su aliento. Presionaba sus pestañas hasta que le dolían, no quería ver, no quería respirar, ni un movimiento, ni un desliz.
Estaba a su lado. Sintió la presión de sus dedos finos, sus uñas sobre su brazo arrugado. La fuerza con la que Alicia lo apartó de su madre. Lo zamarreó con asco. Lo tiró al suelo y así quedó por un momento: acurrucado, desnudo bajo su pijama a rayas.

-¡Viejo de mierda! ¡Otra vez acá! ¿Por qué no dejás a esta pobre mujer en paz? ¡Pervertido!

Sobre el piso, el viejo temblaba, frágil en sus huesos, en su boca y en su alma. Sus dientes gastados tiritaban y no dejaban de sonar. Es mi mamá, es mi mamá, señorita. Soy su nene. Miremé, miremé los ojos, azules como los de ella. Señorita, creamé.

Vio cómo un líquido transparente llenaba la jeringa, otra vez. La aguja penetró hasta su sangre que cada vez circulaba más abatida. Dos hombres entraron y lo sacudieron, lo levantaron y arrastraron hasta el pasillo. Tenía hambre, quiso gritar, quiso llorar. Y pudo. Lo hizo desgarradamente, como un niño, como su niño.



jueves, 12 de agosto de 2010

WikiBlog

Con amigos, empezamos a armar un blog colaborativo. Serán cuentos, relatos, textos en 3 partes, de las que nos encargaremos cada uno. Espero que disfruten.


martes, 3 de agosto de 2010

Eco

 

     Abrís los ojos: primero uno y después el otro. Te estirás. Me mirás un rato y te tocás la cara. Me gusta tanto cuando hacés eso. Te pasás un dedo por el contorno de tus ojos, exquisitamente verdes, como queriendo quitar cualquier resto de un mal sueño.
     Te veo rara. Me mirás otro rato y seguís sin saludarme. Yo sigo viéndote curioso. De repente levantás una mano en el aire. Tengo miedo. Pero la dejás caer y suspirás fastidiosamente. Bajás la cabeza y veo tu pelo. Quisiera sostenerte y oler tu perfume, tranquilizarte.
     Levantás la mirada y te caen lágrimas, que recorren tus mejillas, intentan tocar tus labios y caen desde tu mentón. Efectivamente, estás mal.
     Tu ceño se frunce, y me mirás enojada. Me preguntás por qué. Me preguntás qué hiciste mal. Intentaría responder pero atacás otra vez: ¿es que hay otra? Y largás el llanto desde la garganta. Te vas unos segundos de mi vista pero te escucho gemir desesperada.
     Volvés y tu belleza ya ha vacilado. El ardor te invadió el rostro, y el rojo los ojos y la nariz. Te agarrás el pelo, y lo tirás con fuerza. Quiero decirte que no lo hagas, que no te lastimes, pero gritás mientras te clavas las uñas en el cuello. Y te caés. Y dejo de verte por un momento.
     Te levantás; con fuerza, te rasgás el pijama. Con el sonido de la tela al romperse me mostrás tu cuello arañado y de a poco, tus pequeños pechos. Das un paso, otro, y me dejás ver hasta tu ombligo. No entiendo nada y ahora soy yo el que pregunta por qué y qué hice mal. Te abrazás nerviosa y te quebrás en llanto otra vez. Te apoyás en la pared y te dejás caer, y veo tu cuello, tu boca temblorosa y tus ojos enfurecidos. Te quedás así minutos, quizás horas. Siento tu respiración que a veces se calma y otras veces, asaltada, tal vez por algún recuerdo, se acelera de nuevo. Quisiera poder gritarte que no es tu culpa. Deseo que te levantes y me mires otra vez, que te despidas.
     Escucho tu último suspiro. Decidida te levantás, abrís la canilla, te lavás la cara. Me mirás. El verde lucha contra el rojo sangre. Respirás hondo y levantás la mano, la cerrás y con fuerza me pegás. Una sola vez fue suficiente, directo al medio. Mis pedazos caen haciendo estruendo. Tu sangre en mí. Veo tus pies, tu ombligo, tus pechos y tu espalda, al mismo tiempo, desde todas las perspectivas. Veo cómo te desinfectás las manos y te vendás. Apagás la luz. Dejo de verte, amor, pero te rozo en cada cristalina partícula olvidada.

                                                                                                                                                                                                                              A.V
                                                                                        24 de agosto de 2009

domingo, 1 de agosto de 2010

Punto y coma

Punto para terminar ¿qué? La fantasía. 
          y coma, como para no dejar¿te? del todo.
Ni aparte, para romper con la cadencia. 
Ni seguido, para tener¿te? cada vez más lejos.


Desesperada, trazo nervioso, mancha con sabor a herida,
bajo el punto, late la coma.


Con fe errante de banquina, la fundo con aguja
                                                        en la razón 
esperando que llegue a lo demás.


Probé escribir y romper. Volver a pensar y cerrar los ojos.
Quizás ahora;               sí.

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