Algunos dicen que los blogs sirven como para descargarse cuando uno está enojado. A ver si es cierto.
Desde que llegué a esta pensión me sentí cuasibendecido. Sí, verdad..encontrarla fue de casualidad. Casi un milagro haberla visto publicada en el diario el mismísimo día en que llegué.
Pasa que con la confianza de haber sido un estudiante platense, mi viejo esperó hasta enero para reservar en una pensión que quedaba en una dirección que podía ser en La Plata o en Berisso. Tocó la última. Ah, no les comenté eso? dijo la dueña.
Si me hubiera quedado en aquella habitación debería haber compartido baño con una viejita peruana y trabar las puertas de cada lado del inodoro, con el riesgo de que alguno de los dos se olvide y deje al otro sin baño por horas. Si me quedo acá, no duro dos días, me dije. Mi fuerza de voluntad se caía estrepitosamente, sin lágrimas por el momento. De última me vuelvo y estudio en La Rioja, pensé a los tres minutos de dejar la valija sobre la colchoneta que sería mi cama. Acá no me quedo, le dije a mi mamá cuando salimos de la casa. Nunca fui muy caprichoso, pero esto cuestión de vida o depresión.
Tomamos un taxi al centro...de La Plata, compraron el diario mis viejos, y nos sentamos en un bar a almorzar. Ahí vimos algunas pensiones, marcamos, visitamos algunas, pero como estábamos cerca probamos en esta, desde donde escribo ahora. La pegamos. Tranquilidad, pocas piezas, el baño bien, compartido entre todos pero nuevo, con calefón (el compartido con la viejita era por poco a leña), heladera, cocina y chiche: Wi-Fi de algún vecino generoso al que se le acabó la solidaridad a la vuelta de las vacaciones de invierno. Pero no importa, ese era mi lugar en La Plata.
Algún otro día contaré otras peripecias, como mi encuentro con Tincho, el perro osteoporoso de la casa, o con mi amigo Matías (aprendí su nombre tres meses después de haberlo conocido), los buenos dueños que me invitan asado. Hoy toca un pensionado.
Cuando llegué, los pensionados como yo, éramos todos bastante tranquilos. Uno, mi amigo Matías estudia Derecho, tiene veintialgo y me hace acordar a mi hermano. El de la "primera pieza" (se merece un capítulo esa habitación) era un tipo extraño al que le calculé por su alimentación una sobrevida de cuatro o cinco años. Después está Marcelo, pata de lana por excelencia, que uno nunca sabe cuándo llega, con él nos divide una pared de verdad. Y el de la pieza del lado, tras el durlock era un tipo que alquilaba hace tres años e iba una vez por mes como mucho, persona tranquilísima si las hay.
Varios fueron pasando, cada uno tendrá su posteo.
Pero en este momento me encuentro enfurecido con el del lado. Ni idea cómo se llama. Sólo sé que tiene una pizzería por 13 y 58. Cuando llega, despierta a todo el mundo porque en su llavero parece que tiene las llaves de un hotel. Cierra, abre las puertas golpeándolas, prende la tele y pone el volumen al máximo. Me entero así que tal equipo de la B metropolitana juega con tal otro, y que el juego ha sido muy parejo, con poderosos jugadores defensivos y atajadas magistrales del Pocho tanto.
Para ingresar a esta pensión (salvo yo, que entré milagrosamente) los desequilibrados mentales y/o psicológicos parecen hacer fila.
El maestro pizzero del lado, tiene una especie de novia. No es que yo sea chusma, sino que parece que lo hace a propósito para que todos nos enteremos que él tiene puestos los pantalones en la relación, porque le dice enferma, pelotuda, ¡¿me estás cargando?!, boluda, puta, pelotuda y otras caricias discursivas. Al rato se lo escucha, llorando: vos no me entendés, eso pasa, vos no me querés. Me tenés snif snif snif abandonado.
Lo bueno es que al rato se pone bien y escucho: Hermosa, y vos cómo te llamás? Te vi en el diario, decime tus medidas. ¿Qué es lo mejor que hacés? El otro día dijo: estoy en Corrientes y Scalabrini Ortiz, hoy dio su paradero menos urbano: Pilar. A veces, critica al sistema financiero: no anda el cajero, preciosa, apenas pueda saco plata y paso por ahí. Hoy se llamó Lucas; otros días Ignacio, Juan, Josho.
No es que yo sea un cristiano moralista ni mucho menos, lo que me molesta es que lo grite. Todos los días dice que se pierde la señal, pero no se digna a salir a hablar por teléfono.
Anoche no pude dormirme, porque estaba TyC relatando partidos viejos de San Jorge de Chubut contra Club Güemes de San Martín.
Ronca, pero bueno, somos todos humanos. Se lo escucha desde la cocina, bueno, pero ¿quién se escucha cuando duerme? Ahí lo entiendo. Pero el televisor, las puertas, las llaves, la poca solidaridad con el sueño ajeno cuando sus vecinos pueden dormir unos minutos más. ¿Hace falta despertar a toda la pensión un domingo a las 8 de la mañana con las puertas golpeándose, la respiración agitada cual bufido desesperado?
Creo que ya me desenojé, quizás es el sueño, es que rindo mañana y estoy harto de estudiar. No sé por qué será pero acá termina el relato, prometo, dos o tres amigos lectores, que continuaré.
La uruguaya - novela
Hace 8 años