jueves, 30 de junio de 2011

Quinta Avenida al 500


  Mientras ella espera que se levante la puerta del estacionamiento del edificio tarareando la canción más triste que se le ocurrió, un hombre, algunos pisos más arriba, muestra a su hijo por Skype su nuevo departamento.
  Es amplio, sobrio, de aquel estilo de diseño caro y ultramoderno que publican las revistas. Pero no lo dice en voz alta, sino que deja que su hijo observe, en silencio, cómo ese hombre al que nunca quiso, hoy vive mejor que él. Un pobre viejo pelado que nunca movió un dedo, a diferencia suya que se hizo cargo casi por orden natural de la empresa en ruinas. El balcón, enorme, de parqué y con jacuzzi aparece en fullscreen en la pantalla del hijo, que derrumba el mutismo, después haber sostenido por largos minutos una sonrisa :
 -Eso, de allá al frente, ¿qué es?
 Cuatro cúpulas de tejas grises coronan un edificio clásico, prepotente, blanco recientemente pintado, con cientos de escalones por los que no sube nadie y que se interrumpen por tres columnas de facto. Varias estatuas de bronce ilustran el palacio. Son figuras de mujeres jorobadas y soldados aguerridos.
  - Defensa Nacional, qué precioso lugar, ¿no?
  El joven de traje azul sobre remera negra, mira su teléfono y ve que las estadísticas están bajando. Agradece al cielo, mira fijamente hacia la pequeña cámara y cierra la tapa de su computadora. El otro, peina con sus yemas una ceja canosa, y entiende; deja la máquina sobre la mesa y vuelve a salir al balcón.
  En un edificio cercano se ve a una mujer alta, rubia, cubierta con un abrigo de piel naranja y con rayas negras. El hombre piensa que no puede ser piel de tigre, está convencido de que en aquellos tiempos no puede ser.
   La mujer balancea con ternura un cochecito, y pueden adivinársele los labios curvos mientras lo hace. El coche también está cubierto con algo naranja, pero el hombre no alcanza a divisar de qué se trata. Ella comienza a reírse, y se escucha su carcajada quebrar toda resistencia que opongan el aire y la distancia. Ríe y se contuerce. Ahora puede verse mejor el coche. Sí, los dientes son largos, brillantes, sus ojos están abiertos y su hocico parece húmedo. Está tendido como cubriendo el coche. Un bebé llora.
  En la habitación de al lado, una niña maquilla su transparente rostro. Intenta darle color pero nació blanca y pálida. Sus ojos son pequeños, como todo su cuerpo sentado en una silla de patas doradas y respaldo barroco. Mira alternativamente al espejo y hacia afuera. Se inclina sobre el escritorio, pequeño, y abre una ventana. Abre su boca y deja salir una bocanada de humo. Mueve su mano y deja caer las cenizas al suelo.
 Abajo de todos ellos, la mujer enciende las luces de su vehículo, avanza hacia su estacionamiento privado. Hay otro auto en su lugar. Se sorprende. Le gustaría enojarse, para bajar de la camioneta y decirle al que está adentro -hay alguien sentado en el lugar del conductor- que se vaya inmediatamente, que no tiene por qué estar ahí y que es un maleducado, irrespetuoso. Pero no lo hace. Hoy, no puede hacerlo. Espera unos segundos y vuelve a tararear la canción más deprimente que recuerda. Intenta con un cambio de luces. El hombre baja del auto. Camina lento, ella desciende también. 
 -¿Te gusta?
 Él canta. Sonríe y canta. Ella mira el suelo. Él la abraza y aprieta. Presiona. Muerde. La canción más triste del mundo suena de sus labios, otra vez, desde el principio. 

                                                                                                      
                                       A.V             30/06/11



jueves, 16 de junio de 2011

Ojos de vidrio

Desde Horacio Quiroga y alguna que otra de sus obras 
y alguna que otra esposa suya.



   Estará tendida a tu lado. Te mirará, con su cuerpo de costado.


   Te despertarás preocupada. Abrirás los ojos y habrás llorado. Será temprano y aún no habrá cruzado el sol la lejana línea inerte tras la ventana.
   Te sentarás en la punta de la cama, tocarás tu pelo y sentirás mi olor. Jugarás, somnolienta, con tus dedos, que caminarán por tu brazo, como solían hacerlo los míos, mi niña; y te los llevarás al cuello, harás que aprieten, que se marquen en la piel y correrás a mirarte en el espejo.
   Repasarás las marcas y te descubrirás las piernas. Tendrás la voz enterrada bajo tu pecho y querrás gritar. Querrás llamar a tu madre, Niña, pero estarás sola; sabrás que nadie te escuchará y hasta los pájaros habrán callado.
   Caminarás por la casa sintiendo el aire fresco que entra por algún escondrijo y te recorre por debajo de la camisola que aún te queda grande. Empezarás a desesperarte, correrás y tendrás frío. Entonces intentarás cerrar la ventana. Y llegarás a ella, pero nadie la habrá abierto. Todo estará cerrado.
   Pero habrá luz; habrá comenzado a amanecer y observarás la inercia de los pastizales y de aquel algarrobo que recordarás bien: esa mañana conmigo y mi boca. Todo estará teñido de un naranja inmundo y querrás maldecirme porque verás sangre, tu sangre, en el cielo, y querrás pero no sabrás cómo arrancarme, desgarrarnos de ahí.
   Recorrerás las habitaciones y seguirás percibiendo mi olor en cada mínimo rincón, en cada vértice y te costará respirar. Desearás que nada hubiera sido como lo fue y te arrepentirás de no haber oído a tu padre ni sus llantos de poco hombre que quiso mantener en secreto. Ni siquiera escuchará los alaridos histéricos que nunca darás porque sabrás que él no llegará jamás.
   La evitarás. Rasparán tus uñas la puerta entreabierta pero al pasar a su lado cerrarás los ojos con tanta fuerza que harás que te duelan las pestañas y se te quiebre el rostro de frío. Rehusarás tomar aire y escaparás. Huirás hasta que el sol la golpee y entrarás.
   Verás la mesa y ahogarás el grito. Comenzarás a temblar y no podrás contener tu llanto. Verás metales fríos y filos putrefactos cargados de mí. No querrás pensar en nada, pero no ha pasado tanto tiempo, todavía permanecen intactos en tu memoria cada uno de los pasos que diste, lo que hicieron tus dedos y tu boca, tus dientes.
   Partirás desesperada hasta el cuarto. Caerás agotada sobre las mantas que perdieron ya tu fiebre de anoche. Mirarás debajo de tus uñas, rasgarás tus pequeñas y dulces manos queriendo quitarles la sangre seca. No habrá madre, ni padre, ni diminutos y pulcros conejos blancos que te escuchen llorar. Sólo estará ella, con ojos de vidrio, resecos, áridos y su corazón de trapo. Y sólo ella podrá entenderte, dulce Niña, y no culparte.


                                                                                       A.V            17/05/11


Producción en Textos II - Consigna: cuento de amor, locura y muerte.

sábado, 11 de junio de 2011

Inicios de la hist(e)ria

1.
Arrancaste un trozo de corteza vieja. Te arremangaste el guardapolvo. Escribiste mi nombre pero no el tuyo, un corazón y un X100pre. Tallaste todo con cuidado, en ese árbol en la esquina de la plaza, frente a la escuela. No dejaste que te ayudara, sacaste de la cartuchera el compás casi sin avisar. Y antes de doblar, cada uno para su casa y crecer, soltaste: completalo vos, no te preocupes, algún día lo van a talar.

2.
Y los dos renegábamos de un pelotudito que venía hinchando las bolas con les luthiers quince mil horas y después limpbizkit (como chota se escriba), y no dejaba de hablar y no sabíamos cómo mandarlo a la mierda porque el papá de él es conocido de nuestros papás, y yo solo quería darte un beso y que no nos viera nadie..

3.
Te amo. De repente, así, seco, por mensaje, a 450 kilómetros, calculando. Yo también, no sabía qué otra cosa decir. Volver y que sea eso, un mensaje, cuatro lugares más abajo del de mi amigo que decía que te había visto en esa fiesta en Sanagasta, a 470 kilómetros, calculando(,) milímetros, con ese otro.

4.
Mirarme. Así y no de las ciento treinta y tres mil doscientos cuatro millones de formas que existen.

5.
Ir.Nos. 




                                                               A.V 11/06/11



jueves, 2 de junio de 2011

Estruendo hicieron

   primero, las tabletas aún llenas
   segundos después, el botiquín que cayó al principio
      deslizándose desde mis rodillas hasta el suelo,
   huyendo
   de  mis dedos que quisieron sentir otro calor,
 y
  por último, ese aire que algunos llaman suspiro,
                            uno
                        tras otro
  y aletargada, 
          la explosión en un pitido insoportable:
            la conclusión de que nada servirá, 
de que un antigripal sólo me hará dormir 
algo mejor.


                                     A.V      02/06/11


Dexalergín, hacé efecto. Vos, o vos, o vos también, mandame un mjs.

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