jueves, 16 de junio de 2011

Ojos de vidrio

Desde Horacio Quiroga y alguna que otra de sus obras 
y alguna que otra esposa suya.



   Estará tendida a tu lado. Te mirará, con su cuerpo de costado.


   Te despertarás preocupada. Abrirás los ojos y habrás llorado. Será temprano y aún no habrá cruzado el sol la lejana línea inerte tras la ventana.
   Te sentarás en la punta de la cama, tocarás tu pelo y sentirás mi olor. Jugarás, somnolienta, con tus dedos, que caminarán por tu brazo, como solían hacerlo los míos, mi niña; y te los llevarás al cuello, harás que aprieten, que se marquen en la piel y correrás a mirarte en el espejo.
   Repasarás las marcas y te descubrirás las piernas. Tendrás la voz enterrada bajo tu pecho y querrás gritar. Querrás llamar a tu madre, Niña, pero estarás sola; sabrás que nadie te escuchará y hasta los pájaros habrán callado.
   Caminarás por la casa sintiendo el aire fresco que entra por algún escondrijo y te recorre por debajo de la camisola que aún te queda grande. Empezarás a desesperarte, correrás y tendrás frío. Entonces intentarás cerrar la ventana. Y llegarás a ella, pero nadie la habrá abierto. Todo estará cerrado.
   Pero habrá luz; habrá comenzado a amanecer y observarás la inercia de los pastizales y de aquel algarrobo que recordarás bien: esa mañana conmigo y mi boca. Todo estará teñido de un naranja inmundo y querrás maldecirme porque verás sangre, tu sangre, en el cielo, y querrás pero no sabrás cómo arrancarme, desgarrarnos de ahí.
   Recorrerás las habitaciones y seguirás percibiendo mi olor en cada mínimo rincón, en cada vértice y te costará respirar. Desearás que nada hubiera sido como lo fue y te arrepentirás de no haber oído a tu padre ni sus llantos de poco hombre que quiso mantener en secreto. Ni siquiera escuchará los alaridos histéricos que nunca darás porque sabrás que él no llegará jamás.
   La evitarás. Rasparán tus uñas la puerta entreabierta pero al pasar a su lado cerrarás los ojos con tanta fuerza que harás que te duelan las pestañas y se te quiebre el rostro de frío. Rehusarás tomar aire y escaparás. Huirás hasta que el sol la golpee y entrarás.
   Verás la mesa y ahogarás el grito. Comenzarás a temblar y no podrás contener tu llanto. Verás metales fríos y filos putrefactos cargados de mí. No querrás pensar en nada, pero no ha pasado tanto tiempo, todavía permanecen intactos en tu memoria cada uno de los pasos que diste, lo que hicieron tus dedos y tu boca, tus dientes.
   Partirás desesperada hasta el cuarto. Caerás agotada sobre las mantas que perdieron ya tu fiebre de anoche. Mirarás debajo de tus uñas, rasgarás tus pequeñas y dulces manos queriendo quitarles la sangre seca. No habrá madre, ni padre, ni diminutos y pulcros conejos blancos que te escuchen llorar. Sólo estará ella, con ojos de vidrio, resecos, áridos y su corazón de trapo. Y sólo ella podrá entenderte, dulce Niña, y no culparte.


                                                                                       A.V            17/05/11


Producción en Textos II - Consigna: cuento de amor, locura y muerte.

2 buenondones expresivos:

Jorges dijo...

First Reader!

Y sentirás mi olor... me lleva a mis propias locuras. Pero en mis uñas no quedaron rastros de sangre.

Unknown dijo...

Buenísimo!. Es la paradoja del olvido, ese dolor de velorio alargado por un recuerdo malgastada(mente) intacto. Es la memoria de la piel, de los sentidos, que es más imponente que la madrugada.

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