Que cumplan años los que quieran,
cuando quieran. Cuantos quieran.
Que huyan, se exilien por dos o veinticuatro horas, qué más da.
Que metan la nariz en un plato lleno, rebosante de gula.
Que jueguen con sus lenguas y con las de otros.
Que hablen. Que callen en soledad. Que piensen y que no.
Que crezcan. Que se pellizquen y se estiren los cueros.
Que se miren al espejo y vean que un día puede ser un año o una década. Y se den cuenta recién ahí.
Que respondan preguntas clichés.
Qué inflen globos. Que exploten. Que rían. Que golpeen la mesa, la puerta, la pared. Que lloren.
Que conozcan más una mano, un rostro, un ojo. Que jueguen a ser ciegos.
Que miren -como sea- la alegría de los otros. Y la compartan.
Que saluden. Y sean saludados. Que escriban y coman. Que coman y sonrían. Que se sostengan la panza de tanto reír.
O que se lamenten.
Que aten su cuello a una cuerda; o una piñata a otra cuerda. Ya fue.
Que hagan lo que de verdad se les cante por el alma. O que canten a los gritos despertando almas.
Que disfruten, si quieren,
en fin y sin tanto drama,
la nimiedad de ese día así-nomás
que tan orondamente
el Registro Civil concedió
de una vez y para siempre,
como uno no tan parecido a los demás.
Salud. Yo lo pasé genial.
A.V, horas después de un gran cumpleaños.
P.D.: Cuando uno empieza a decir boludeces, hay que irse a dormir. Cuando ya las escribe, está todo perdido.
La uruguaya - novela
Hace 8 años