Aprovecho ahora, que estoy en mi pieza, sin que se haya cortado la luz y por lo tanto el aire, y además con agua en el tanque -sino, claro, tendría otras preocupaciones no más importantes pero sí más urgentes-, para escribir algunas líneas de saludos generales.
Balances fueron hechos ya, semejantemente públicos y deseosos de identificaciones sin nombres. Es cierto que fue algo así como la mitad de la vida de uno, pero también lo es bastante que con cada retrato se ha dicho hasta de más.
Sinceramente agradezco las visitas al puñado de diez lectores que sé que se dan un tiempo en el mes o entran en los links que aparecen espaciadamente en FB. Gracias a los nuevos lectores, los platenses, los que viven en otros lados, los riojanos que no conozco personalmente, los nuevos amigos que el año trajo, que halagan muchas veces por aquella condición amistosa que quita sinceridad y exigencia literaria pero que a fin de cuentas, para uno, impacta más.
Esto tenía intención de ser corto. Pero sentí que debía agradecer a quien lee. Y si es así, también debo saludar con mucho afecto al motor de búsquedas de Google que hace entrar a gente de varios países hispanos que escribe: qué hacer si encuentras un móvil, cuánta agua y cuánta polenta, mariana carolina rivas, me confundieron con el canas, cómo es el papel ajado, por qué te duelen los ojos cuando te aprietan el cuello y otras búsquedas geniales y preocupantes. A ellos, lectores sin querer, disculpas por no encontrar lo que buscaban.
Ahora sí, los saludos.
Que la cena de Nochebuena sea lo más alejado posible del trauma regenerado, de la obligación masoquista de someterse al sádico Papá Noel y sus regalos sin cariño, a las sonrisas forzadas y los llantos posteriores. Que la sidra o el champagne tengan el gusto que tienen y no a rabia contenida y a puteadas reprimidas.
Que los que se fueron estén, en la nariz, oreja, bigote, pie chueco o en el dolor de huesos de algunos primos, tíos, o padres. Que los que todavía están y por el motivo que sea, estén más cerca del arpa que del bombo, disfruten. Disfruten mucho y que los egos, propios y ajenos, se hagan un lado, que el rencor se quede detrás del arbolito y las luces, y pasen un buen día y se sientan bien. Como eso es imposible para algunos -digo, lo del rencor y el tremendo malondón- que sea lo que se pueda, tampoco esperemos tanto milagro.
Que los que sí estén más cerca del bombo que del arpa, o sea, literalmente, en el bombo, se emocionen y pateen como hizo la hija de una amiga cuando escuchó desde la panza -si eso es posible- el solo altísimo de Dios ha nacido, Dios está aquíiiii que su mamá cantaba en una iglesia de Malanzán.
Que los amigos se abracen, se quiten la timidez y digan lo que quieran a quienes los acompañen. Algo así como un feliz cumpleaños, pero dicho bien.
Que el alcohol no le quite frenos a los autos o a las motos, que los perros no aúllen en Navidad, ni por petardos ni cerca de las clínicas.
Que las casas velatorias se tomen franco por falta de laburo, estos días por lo menos.
Que se sea, por un instante, epifánicamente feliz. O sea, que las propagandas de la Coca tengan por lo menos un atisbo de realidad.
Por eso, feliz cumpleaños a todo el mundo, en especial al dueño del feriado, don Niño Jesús, que como dijo Paulina Carreño, es mucho más simpático que el "obeso y abrigado a punto de sufrir un golpe de calor cada vez que sus renos lo traen para estos lares."
Salud.
(Y cuando se brinda, se mira a los ojos, ¿qué? ¿No vieron nunca a Mirtha Legrand?)
A.V 23/12/11