En principio, está soleado y corre un viento cálido, como si el sol empujara el aire.
Mirás por la ventana y entrecerrás los ojos. Es de día, mediodía.
Ya no es esa noche multitudinaria llena de vasos de cerveza y música al palo. Ya no te veo mirar al frente como nunca te había visto.
Te reconozco.
Yo digo: estás hermosa.
Vos dirás. Y dirás bien.
Hablaremos de océanos, montañas y fotos.
Me contás de tu casa, de tus hermanos. Llega lo tormentoso y lo atravesamos de lleno. El nudo. La trama. Tu cuerpo se adelanta, yo hago un paso y ocurre la magia de la precisión, encaje, amalgama, unión, abrazo. Y las olas, el vendaval, ciclón y todo. Y empapados nos pasa, nos abate. Pero pasa.
El péndulo suena, señala el tiempo.
El cuento cambia y donde hubo uno ahora hay dos. Este capítulo se corrige y se detiene.
Cómo avanza no lo sé. Pero el cuerpo, el cuello, la sangre anudada corre y fluye como agua entre las pasturas. Busca su cauce. Se desanuda buscando un desenlace. Será el río o el deshielo, el dique o las lagunas.
Me gustaría corregir lo tachado, pero tal vez la obra no es un cuento o un texto. Tal vez al final se trató de una pintura, moderna, íntima y preciosa, de las que pueden recorrerse con el dedo, trazo a trazo.
Ojalá sea una buena historia. Ojalá las palabras resuenen otra vez con otra música.
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