sábado, 10 de abril de 2010

Carbón


Hurgó sin cuidado. Le habían dado la llave en la mano, sonriendo y pestañeando confianza. Lo esperaban en la cocina, ausentes pero ahí, esperando conclusiones, alguna que otra crítica.

Abrió despacio la puerta pesada de los secretos, y entró. Los cuadernos escritos con lápiz de carbón, las hojas manchadas, las lágrimas sin borrar. Todo estaba ahí, intacto. Recorrió las hojas con su dedo y sintió la vejez de las semanas, la decrepitud de los kilómetros, pero el gris de las palabras seguía latiendo, intenso.

Leyó con el placer que dan las cosas entregadas en bandeja, sin esfuerzos ni méritos dignos. Siguió el trazado con la mirada y recorrió verdades, dramas y teamos ajenos. Sintió el dulce meloso de los borradores, amargo en su garganta, ácido en sus ojos. Encontró una carta con su nombre tácito y la leyó dos veces. Escuchó latidos dentro suyo y cerró el cuaderno.

Dejó todo donde estaba. Como estaba. La llave enterrada en la puerta. Caminó apurado, hasta la cocina. La comida estaba lista y lo esperaban sonriendo. Poco-dijo-leí poco. No quiso decir más.

A.V 10/04/10

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