lunes, 8 de marzo de 2010

Celulosa

Nuestras caras iluminadas

y desaturadas por el brillo en blanco y negro

de la pantalla al frente nuestro.

Sé que eras vos sin haberte visto la risa

ni barrerte la mirada.

Me gustaba estar ahí, quizás cumpliendo

una promesa en francés, en ese cine de ensueño.


Y de repente la sala se ilumina con esa luz cálida

con la que uno descubre que siempre tiene frío.

La pantalla sin imagen. Mostrando su decepcionante desnudez.


Miro a mi derecha, hacia el pasillo.

Caminaba como si en vez de un piso prolijamente alfombrado

pisara tenues ráfagas de viento.

Caminaba feliz, como cuando canta, como cuando es feliz.

Pasó a mi lado y me emocionó la casualidad. Ella siguió camino.


La canción empieza a dúo, ella lejos, bajo la pantalla.

Me levanto y me voy cerca de su compañera, que desafina,

que comienza la canción y no me gusta. Pero ahora escucho

y reconozco sin ver su voz, helado del mejor sabor.


El sonido delicado acaba. Luces de todos los colores se encienden.

La gente baila cuarteto. Ella baila con sus dos pequeños hombres.

La abrazo con el amor de años sin verla. Y ahora veo a otra mujer.

La que me talló la voz de niño. Me saluda.


Putos. Putos rencores los que anidan en sus almas.

“Te vi, pero no fui antes porque estaba la doctora bueno,

la que te invitó”. Quiero desmentir pero se va.

Y la culpa me invade.

El mundo es repugnantemente pequeño

No se debe querer igual a dos mujeres con el mismo nombre.

Pero había sido condenado. Te busco.

Te había dejado.

Ya te habías ido.

Las irritantes luces siguen cambiando de color.

A.V 08/03/10

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