Cuando el último haz de luz helado perforó la ventana del living, se detuvo unos minutos sobre el piano viejo, abierto. Las teclas amarillas te extrañaban. Las colillas de cigarrillo se fueron ya, hace bastante. La banqueta estaba en el mismo lugar, deseando tu peso. El diario seguía llegando, con fecha 2005. Y yo, tirado en el sillón, esperaba.
A veces, cuando llovía, veía caer las gotas por la ventana, sin levantarme. Sólo las observaba, culpándolas. A la mañana, jugaba adivinando cómo seguirían tejiendo las arañas en las esquinas de la casa. Contaba los días, rezaba de vez en cuando por tu regreso.
Sentado en este mismo sillón, te vi aquí una vez. Abriste la puerta de golpe, cerraste con un portazo. Me besaste, ¿me besaste, no? Prendiste un pucho y abriste el piano. Practicaste escalas, menores. Sí, menores. Cantaste un soul, te reíste con un jazz. Lloramos un blues. Recuerdo que las lágrimas nos rodaban por la vida y las melodías seguían saliendo de tus dedos, poseídos, coléricos. Y seguíamos cantando, riendo, llorando. Tu piel se oscurecía cada vez más. El sol se puso y te fuiste. Escuché tu auto. Afuera, diluviaba con olor a muerte. Y dejaste el piano abierto.
Esperé veinticinco años desde aquella vez. Limpié la casa, y con un algodón repasé los bemoles, con cuidado encendí velas cada noche, sobre las amarillentas partituras, esperando. Y no llegabas.
Volviste después, aquella tarde roja, con tu ropa rasgada y tu honor cortado en pedacitos. Me miraste y me saludaste en inglés. Tus huesos crujieron al sentarte, y tus dedos improvisaron un lamento, disminuido y ronco. Imité una armónica cansada porque fue lo único que pude hacer.
Prendiste un pucho y te reíste. Esta vez no me besaste. Me miraste y no dijiste nada. Tus labios carnosos y ajados no dijeron demasiado. Tu rostro, cada vez más gris, había perdido la tenacidad con la que cantabas góspel en la iglesia. Caminaste en círculos por el living. Fumabas rápido, uno tras otro. Tosías y bailabas embrujada por el silencio sepulcral de la casa. Cuando te fuiste, dejaste las cenizas sobre las teclas, que se ilusionaban con que te quedaras, descubiertas, desnudas.
Hoy, a cincuenta años de tu accidente bajo la lluvia, canté tu último blues, besé tu foto de estrella de los 30’, repasé las despedidas que te dedicaron los diarios. Y dejé de esperar, cerrando el piano.Cambió la lluvia por el sonido seco de la madera al destruirse.
http://labitacoradeperio.blogspot.com/2010/06/ghosts-blues.html
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