A veces no hay historias con desarrollo, pero se parecen mucho a un cuento. Algunas otras veces, mirando al techo, surgen conversaciones inventadas con el mayor realismo que las ganas de que eso ocurra producen.
Y es ahí también, mirando al techo, acompañado por un caloventor y una frazada, que la verdad aparece, burlándose de esos diálogos, esas miradas. La soledad se ríe a carcajadas -y tose para volver a reír- de cada uno de los inventos. No hay manos apretadas, ni tardes compartidas. Es sólo un artefacto eléctrico y una tela de polar.
Cada tanto, uno cambia. O quizás no. Las que se transforman son las circunstancias.
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